miércoles, 3 de mayo de 2023

Luz, cámara y recuerdos: el top 10 de películas que moldearon mi vida. Parte 3

 Primera Parte

Segunda Parte


The Phantom Menace (1999)

    El año 1999 fue uno mágico más allá de lo esotérico y superstición, lleno de energía y pasión, el fin de un siglo y comienzo del 21. Un nuevo milenio que mezclaba mientras se avecinaba expectativas con la paranoia al Y2K, por programadores que no pensaron en más de dos dígitos en la contabilidad de los años en los sistemas y en la red, convirtiendo al 2000 en un 00 que causaba miedo. Promesas del fin del mundo, lindas profecías y apocalipsis bancarios y bursátiles si todo después del 31 de Diciembre se llegaba en efecto a resetear  según teorías de conspiración.



No cabe duda que el cambio era lo que se respiraba en el ambiente; romper, soltar e innovar. Meses llenos de películas que se volvieron de culto como Election o Fight Club y discos como Bocanada de Gustavo Cerati o Ecos punzantes del ayer de Zapato 3, que se convirtieron en determinantes y fuentes de mix tapes para escuchar en mi walkman con pilas recargables. Puntos de quiebre para melómanos y cinéfilos que se debían escuchar a todo volumen, como aconsejaba a gritos y distorsión Cristian Slater en aquella película de 1990 en la que era un DJ de Radio Pirata (Pump up the volume)


    Me encontraba en el ojo de una bella tormenta, a punto de graduarme de secundaria y de entrar a la Universidad. Casi viviendo en casa de un amigo diferente cada fin de semana. Recuerdo a Scrappy, el perro de Leopoldo con olor a osobuco y cuyo pelaje según la leyenda era blanco y no color sucio. El piso lleno de discos rayados en la casa de Ricardo, de donde agarre el CD de Big Bang de los Enanitos Verdes antes de pedirlo prestado y recibir de respuesta un genial “llévatelo, te lo regalo”. Ni hablar de las idas a la casa de Daniel, el primer amigo que hice en el colegio, gracias conocerlo en un plan vacacional meses antes de comenzar el 4to grado. De niño con mi humilde colección de GI JOE era la apoteosis jugar con su caja de herramientas llena de figuras de acción con sus accesorios. Con los años pasamos a otro tipo de juguetes: los discos de Blink 182, Offspring y Garbage; un quemador de cds y mi primer contacto con el dvd, un formato cuya carta de presentación fue The Matrix, una obra maestra que no vi en el cine porque quería guardar el dinero para ver varias veces el regreso de la saga de George Lucas (un error del que hasta la fecha me arrepiento con todo mi ser, como pude ser tan idiota para no ver en el cine una película que revolucionó esa industria?)

Bueno, sigamos, hay que dejar las culpas y reproches con nuestra versión del pasado.

 Amaba el arte de las portadas de discos y sus cancioneros, de la misma forma que los afiches de películas,  las carátulas de VHS y los trailers de próximos estrenos; los podía ver en loop como los buenos videos de musica en MTV. Llegar a pagar una entrada para entrar a la proyección de Conoces a Joe Black? solo para ver el primer teaser del Episodio I de Star Wars, la Amenaza Fantasma,  y salirme sin ver la película de Brad Pitt. Libre de YouTube y poco o nada trailers en la Web, tocaba eso y cazarlos con grabador encendido en la televisión al final de algún noticiero en su sección de farándula o artes y espectáculo.  





Poniendo en contexto ese momento hay que decir que hacían dos años desde que George Lucas había re estrenado la trilogía original, con negativo restaurado, remasterizada y con escenas adicionales y efectos retocados. Yo no había tenido ninguna aproximación con la saga antes de esas ediciones especiales de 1997, pues nadie en mi familia era fan de la historia de Darth Vader, era un tiempo donde era raro si te gustaba la ciencia ficción, la fantasía y los comics, no había nada cool o de moda en ser fan de ese tipo de cosas, al contrario te hacía ver cómo un "nerd" (el Geek de ahora, solo que en modo de burla y rechazo)lo normal después del Western de nuestros padres eran las películas de acción de Stallone y Schwarzenegger, pero para mi después de verlas por primera vez, se convirtieron en parte de mí vida; las alquilaba sin parar hasta tener mis copias propias, recitaba los diálogos de Yoda, me emocionaba con las escenas de batallas en el espacio acompañadas con la música de John Williams, el “I know” de Han Solo o “I am a jedi like my father before me” de Luke Skywalker. 



        Siempre me encantaba encontrar a otro fan. Recuerdo a Andrés y como nuestra amistad  comenzó con un “también te gusta Star Wars?”... a los 16 años, no hay mucho más para hacer amigos, sin política o filosofía de vida, no hay como complicar las relaciones que pasan de cero a 24/7. 


        En su casa era como una dinámica completamente diferente a la que existía en la mía, mis dos padres son profesores, amantes del orden y lo políticamente correcto. Así que era toda una experiencia nueva estar en una habitación donde se podía fumar libremente, había un marcador negro indeleble para escribir en cualquier parte de las puertas de los closet de madera lo que quisieras, y tenias un bajo con su amplificador entre un poster de Elvis, discos de Genesis y Peter Gabriel y un playstation. Yo era uno de los pocos entre mis amigos con sus papás aún casados, así que al ser adolescentes de padres divorciados, muchos de ellos en aquel tiempo podían hacer prácticamente lo que quisieran sin grandes consecuencias, y definitivamente la máxima expresión de eso era Andrés. En su casa nuestras expectativas y ansiedad por ver la Amenaza Fantasma aumentaba, jugábamos Jedi Knight en su computadora con la Estrella de la Muerte como fondo de pantalla y con una miniatura del Millenium Falcon nos animamos a hacer con los demás un cortometraje, un fan fiction, para sazonar a un más la impaciencia. 




       Estudiábamos en un colegio católico, así que obviamente casi todos mis amigos compartían conmigo cierta  resistencia y rebeldía contra los sacerdotes y la religión, por lo que nos pareció la mejor idea incluir un poco de eso en forma de sátira tonta y casi infantil en nuestro Star Wars marca Acme. Yo sería un Han Solo con una pistola de Nintendo, un futuro estudiante de medicina sería R2D2 con una cesta de ropa sucia sobre su cuerpo y Luis Felipe el designado como Darth Vader, tendría debajo de la mascara una fotocopia en blanco y negro de la cara del director, para cerrar con la escena legendaria de “Soy tu padre”. Toda una producción de presupuesto en negativo con naves hechas de papel de aluminio, explosiones a partir de un encendedor y un spray analgésico (obviamente inflamable) y muñecos de Star Wars, He Man y Gi Joe como dobles de acción. Hollywood puro y duro.


         Llegamos al mes de la saga y estreno de The Phantom Menace, Mayo, entre visionados en grupo de la trilogía original, sesiones de hipótesis a partir de imágenes de revistas y  trailers y nuestro vasto conocimiento casi enciclopédico del universo expandido de la saga de George Lucas, cada libro, comic, revista o juego examinado con lupa. No existía nada más, solo pedíamos a Dios no morir antes de ese día y luego sobrevivir hasta el estreno del Episodio III, el cierre de la nueva trilogía y precuela de las películas originales.  Nos turnamos durante todo el día un lugar privilegiado en la fila para ingresar a la salas de cine, las personas no solo abarcaban los cines del centro comercial Lago Mall en Maracaibo, sino que salían hasta la calle. 





    En nuestro caso teníamos examen de educación física y pudimos coordinado con llamadas de teléfono públicos (los celulares eran  gigantes y un lujo) estar desde la madrugada en grupos dos, esperar a quienes por orden alfabéticos ya habían tomado el examen práctico de volleyball e ir en autobús al colegio a presentar y volver para estar de pie, casi sin comer, horas hablando sin parar de lo mismo que ya veníamos discutiendo a diario. De la emoción casi gritabamos como histéricos que encima se creen graciosos; un hombre disfrazado, haciendo un decente cosplay de Boba Fett se quitó el casco y nos gritó “maduren” antes de volver a colocárselo. Una situación bizarra que solo podía hacerte reír y nada más.


       Entramos y ocupamos casi dos filas enteras… arranca la fanfarria de la Fox, el logo verde de Lucasfilm, las letras azules con la frase érase una vez en una galaxia muy lejana, y pum!, el título amarillo que se devora la pantalla: Episode I, The Phantom Menace. Gracias al poder de negación y el Dolby Digital, sentíamos que algo no era como esperábamos pero igual estaba todo bien, no sabíamos si tanta fue la expectativa  que era imposible saciarlas, o si nuestro cerebro estaba colgado y aun no procesaba a Jar Jar Binks ni comprendía tanta genialidad, lo cierto era que tomamos ese Kool Aid y estábamos viviendo en esa galaxia, experimentando un nuevo capítulo de la saga por primera vez en pantalla grande y en su día de estreno, era nuestro tiempo, sin saberlo con sus altos y sus fallos, la trilogía de Star Wars de nuestra generación. Una trilogía de precuelas  que dos décadas después se ve desde otra óptica, lo que en su momento se le crítico, que tuvieran una estética y narrativa distinta, es algo que ahora se aprecia, lo que tanto se quería de ellas es lo que después fue atacado en la trilogía de secuelas (E7-E9) Hoy se recibe de brazos abiertos a Hayden Christensen (Anakin/Vader) y se valora el aporte en cuanto a la democratización del cine con la era de cámaras digitales, el uso de pantallas verdes y tantas cosas que muchos ignoran pero le hicieron todo más accesible a creadores en el futuro que estaba por venir.

    También después de ver todo a través del prima del tiempo, toma otra dimensión, significado y sentido, como el deporte mundial de criticar hasta el desprecio sin contemplar en lo más mínimo lo que eso puede causar en otro, como terminó siendo el odio desproporcionado que recibió Jake Lloyd (el niño Anakin Skywalker) o Ahmed Beat (Jar Jar) al punto que el último llegó a intentar suicidarse y el primero siendo un niño recibió tanto acoso que terminó en un espiral de enfermedades psiquiátricas y adicciones. En ambos caso, un despropósito criminal la cristalización del fanatismo tóxico, que ahora me hace enfocarme más en hablar de lo que me gusta y disfruto y no en lo que me desagrada, al final no aporta nada. No le hace bien a nadie. 




       Al final el universo de George Lucas, se volvió como ese familiar o amigo con el que puedes discutir, criticar, distanciarte y hacer las paces, pero del que nadie puede hablar mal si no es parte de la “familia”, ese puerto seguro o happy place cuando los golpes de los años hacen de ser adulto toda una experiencia de claroscuros. Es volver a sentir más allá de la nostalgia esa emoción pura e infantil cuando conversas con un amigo de lo que aman en conjunto (Rogue Two Podcast )


Es por eso que fue todo un privilegio sentir lo que sintió la generación del 77 & 80 en los 90 y 2000 cuando Star Wars regreso con un reboot/secuela (o su hija la recuela) en el 2015 con The Force Awakens, una suerte cancion cover, de puente entre tres generaciones. Lo mismo que fue el placer de volver a ver la Amenaza Fantasma en su 25° Aniversario en la gran pantalla, y poder apreciar lo adelantada que estaba su temática en un mundo pre 11/09, ahora su mensaje es más palpable porque es nuestro día a día, normalizado en redes sociales: inocentes que pueden morir o perder su libertad por poderosos, sus intereses y la conveniente lentitud y burocracia de quienes en teoría deberían y podrían hacer algo. Eso es Star Wars: filosofía, personajes, arquetipos, no solo efectos especiales, eso que logra que la gente aún hoy se quede sentada durante los créditos finales sin espera de una escena escondida, solo es el gusto por deleitarse una vez más con el Duel of The Fates de John Williams.


    De seguro, ocurrirá de vuelta en unos años para alguien más cuando una nueva entrega sea la introducción para algún niño que aún no ha nacido y cuyo padre experimentó su introducción a la saga con Baby Yoda o Ahsoka.






"The Force will be with you… this is the way"

Rene Rodriguez R


Continua con un viaje de vuelta a la Tierra Media

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