Los perros no miran atrás. Eso me golpeó mientras veía a Ahsoka olfatear el aire, correr tras un ruido o simplemente dejar que el viento le rozara el hocico. Nosotros cargamos el ayer como un saco pesado y temblamos por lo que aún no llega, pero ellos no. Para Ahsoka, cada segundo era todo: un aroma fresco, un crujido en la distancia, el ahora en su forma más pura. Y yo, que vivo enredado entre recuerdos y planes, me quedé pensando cómo nos complicamos solos.
Errores sin remordimiento.
¿Has visto cómo enfrentan sus desastres? Ahsoka podía romper algo o desordenar la casa, pero nunca se ahogaba en culpa. Si le decía “no”, ella giraba la cabeza, probaba otra cosa y listo. Sin dramas, sin peso. Los gatos también lo hacen: un salto fallido, un tropiezo torpe, y al rato ya están lamiéndose las patas como si nada. Es una lección silenciosa: equivocarse no es hundirse, es ajustar el paso y seguir.
Aquí y ahora.
Ella vive plenamente. Busca la pelota como si fuera una misión épica, come su ración como un banquete de reyes y se tira a dormir como después de un largo dia de trabajo. No había medias tintas, solo una intensidad que parecía susurrar: “¿Y si todo acaba mañana”.
Amarlos por lo que son y no por lo que se supone que sean.
Ahsoka me enseñó algo que suena simple pero no lo es: quererla como perro. Al principio, esperaba que entendiera mis silencios, que sintiera como yo. Que llenara vacíos que no tiene cómo ni porqué llenar. Ella no es un espejo de mis emociones, es ella y ya está. Amarlos es verlos, disfrutarlos, en el mejor de los casos aprender de ellos, sin idealizarlos ni fantasearlos a lo película de Hollywood.
Hay días en que miro atrás y el peso me dobla, o miro adelante y la incertidumbre me muerde. Entonces pienso en Ahsoka. Los animales saben algo que nosotros buscamos en libros y terapias: estar aquí, ahora, con todo lo que somos, sin pensar en lo que debió ser, ya no es o podría suceder. Quizás ese sea su secreto, y nosotros solo tardamos en descifrarlo.