miércoles, 22 de mayo de 2024

Luz, cámara y recuerdos: Bonus Track. Ethan Hawke (1989-2022)

 Memorias de un cinéfilo

Luz, cámara y recuerdos Cap I

        Como ya lo he mencionado durante toda esta travesía a través de recuerdos y películas, hay géneros, actores y directores favoritos, incluso existen esos placeres culposos películas tan malas que son buenas o sencillamente producciones que fueron casi que hechas solo para ti y quien la hizo, pero hay un espacio especial para las películas de culto a nivel personal, esas que trascienden el tiempo y con sus escenas marcan en ti una huella sin importar si son para el resto buenas, clásicos u obras maestras, da igual, logran su cometido contigo. 



Son películas con las que creces y de las que aprendes, como me pasa con Devil 's Advocate y la mayoría de las escenas de Al Pacino: “No importa lo bueno que seas, nunca dejes que te vean venir. Tienes que mantenerte pequeño. Inocuo. Sé el pequeño”. ¿Cuánto de mi filosofía de vida fue moldeada por ese diálogo?, muchísima. Su monólogo sobre las contradicciones entre Dios y sus reglas y ni hablar de la advertencia detrás de su confesión sobre la vanidad, cuidado con el pecado favorito del Diablo.






Historias hechas a la medida, personajes que se vuelven amigos y hasta familia, y como tal los aceptas con sus defectos, como Donnie Darko o los Boondock Saints. De esa manera así como es fácil hablar de la genialidad y versatilidad de Christian Bale, Emma Stone o Leonardo DiCaprio, o la maestría de Ridley Scott, Nolan o Tarantino, hay actores que son un genero en si mismos como Nicolas Cage o Meryl Streep, y entre esos artistas que quizás no sea la opción más obvia existe uno que ha crecido conmigo y del cual a pesar que he aprendido con sus papeles, no mucho lo menciono, porque es un puerto seguro que prefiero guardar para mi(hasta ahora) y no es otro que Ethan Hawke.

Ethan Hawke es un actor que conocí antes de los diez años viendo por televisión una de las películas más determinantes en mi vida como hijo de maestros: Dead Poet Society(1989) un film en el que el actor interpretaba a uno de los estudiantes del elocuente y gracioso maestro Keating, interpretado por Robin Williams quien con su carisma y talento inmensurable nos regalaba línea con calidez y honestidad palpable: “no leemos y escribimos poesía porque es bonita, leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión. El derecho, comercio e ingeniería son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida pero la poesía, la belleza y el romanticismo, son las cosas que nos mantienen vivos”. Similar afirmación hecha por Hawke décadas después en su Ted Talk: “el arte no es un lujo, sino un soporte vital, un sustento. Lo necesitamos. Ahora bien, ¿qué es? La creatividad humana es la manifestación de la naturaleza en nosotros”. 

Si bien el personaje de Robin Williams en esa película era la idealización de la figura del profesor, distante de su interpretación de psicólogo guia en Good Will Hunting en la que con humilde simpleza le explicaba al personaje de Matt Damon, que la complejidad de la vida nunca podría explicarse en un libro sino solo al vivirla con todos los riesgos que ello implica. Ni hablar de Jack Black en School of Rock, Mads Mikkelsen en Another Round o Paul Giamatti en Holdovers (todas películas grandiosas y de culto) profesores que se redescubren y encuentran la chispa de una vocación marchita. Es en esa inocencia de los poetas muertos que perdi la verguenza en equivocarme o no ser genial al crear lo que fuese, en parecer cursi por escribir poesía y entusiasmarme cuando una idea germinaba en mi cabeza; yo fui el personaje de Ethan Hawke perdiendo el miedo y atreviendome a hacer el ridículo o fracasar espectacularmente, pues solo así se puede llegar a tener éxito. 

    Innegablemente lo que más te puede dejar entre fracasos y ridículo es enamorarse, y ahí estaba de nuevo Ethan con Before Sunrise (1995) una de las peliculas, parte de una trilogía (Before Trilogy 1995/2004/2013) que pasa de lo juvenil a lo adulto, inevitable y agridulce. Un americano en un tren a Viena conoce a una cautivadora Julie Delpy y juntos comparten una noche de romance bohemio con la promesa de encuentro, el cual, descubrimos 9 años después que no ocurrió hasta la siguiente película. Como confiesa su personaje que es escritor y había convertido dicho encuentro en un best seller, con un final abierto para optimistas con fe a un regreso y pesimistas con la certeza que sería mejor la remembranza que la inevitable separación. 





        Para mi en el año 2003 como fan optimista de esa primera película desconociendo la resolución en Before Sunset, la secuela del 2004, me enamore de una chica y después de un breve amorío, seguí alimentando un regreso, que eventualmente pasó y terminó convirtiéndose en matrimonio, pero como Jesse y Celine en el cierre del 2013 Before Midnight, el amor con los años no siempre es suficiente, no siempre prevalece, y no es tragedia, es realidad, no se trata de reproches, son los riesgos de los que hablaba el gran Robin Williams cuando Will le preguntaba si no se arrepentía de no haber asistido a un legendario juego de béisbol para enamorarse y luego sufrir por la enfermedad y muerte de su esposa, a lo que contesto que no, a pesar de los momentos malos o sus gases nocturnos, todo valía la pena, todo era parte de la vida y la belleza de vivirla. 

En Before Sunrise Jesse le explica y cuestiona a Celine su teoría sobre las almas y como teniendo en cuenta como la población mundial ha crecido exponencialmente, como podría ser factible todo aquello de las almas eternas y antiguas que reencarnan, “¿si cada vez hay más gente, son las mismas almas o están fragmentadas”. Es increíble que justo ahora que vuelvo a ver la película para escribir este capítulo me doy cuenta que esa escena inspiró en mí una historia que escribí durante años y aún revolotea en mi cabeza, la del amor entre Existencias Ajenas, pues así es el arte, la creación ajena que inspira la propia. 




Una historia de amor a través de las décadas que en su cierre (Before Midnight) causó un cierto desagrado en mi ex novia Beth (mi primera relación post divorcio) al verla con ella. Obviamente era más atrayente y entretenido ver a dos jóvenes enamorarse durante una velada romántica en Viena, o dos viejos amores reencontrarse casi 10 años después en París, para disfrutar una lectura de un libro o escuchar una canción, paginas y música inspiradas en su primer encuentro; que ver a un matrimonio con hijos en Grecia discutir e intentar limar sus asperezas. Pero para mi era lo real, no más idealización.


    Si una cosa me dejó el cine que por inocencia no supe interpretar en su justa medida como ficción y que quise trasladar a la realidad con desastrosos resultados fue querer o aspirar ser el héroe y la idea dañina de la única alma gemela. Cuando conocí a quien fue mi esposa fue como en Before Sunset, una conexión inmediata, un amor a primera vista, a quemarropa. Eso hizo que sinceramente no disfrutara la relación en la que estaba porque solo podía comparar con la idea ficticia de lo que podría ser con ese otro alguien, ese alguien hecho a la medida, ese destino inexorable que debía perseguir.



    No me arrepiento de haber perseguido a esa mujer destino, pero si el que al hacerlo significara deshonrar a quien me acompañaba y me dio su confianza, amor y tiempo, si, tiempo, la vida es finita, el tiempo es el único recurso no renovable y lo peor que podemos hacerle a alguien, es hacerle perder el tiempo, si no amamos como amantes y pareja, como amigos o familia, no se debe fingir lo contrario, es un desperdicio de vida para ambos. Eso hice al no honrar ese tiempo compartido con Veisner, mi novia de la universidad, luego con Consuelo ese “destino y amor violento” cuando ya era hora de terminar en el 2017 y seguía postergando la separación cuando era lo mejor si ya no tenía ganas de luchar por ese amor y por estar mejor los dos; con Beth por someterla en silencio a la eterna e injusta comparación, cuando la diferencia de edad y filosofía de vida hacía ver que lo mejor sería no intentar una convivencia o compromiso. Mis tabúes, prejuicios y preceptos de mi generación me afectaron a la hora de lidiar con una mujer con mayor experiencia y deseo de experimentación sexual que yo. Caí víctima de mis inseguridades injustificadas, de las etiquetas sociales y de expectativas que nunca deberían ser saciadas, porque nadie debe llenar las expectativas del otro, uno no está para eso en el otro ni lo están los demás para uno.

    Me costó mucho desprenderme de eso del alma gemela, del héroe y del destino, cuando lo cierto es que el amor es algo más adulto, es ser empático, compasivo con el otro y contigo mismo,  y buscar ser tu mejor versión para ti mismo y al hacerlo terminarás siendo irremediablemente un mejor compañero. Pero me hacía falta para comprenderlo una mujer que me rompio el corazon, Mani, una ex compañera de la universidad con la que nunca llegue a tener algo ni siquiera una amistad hace 20 años atrás. 

    Nos volvimos a ver en su despedida de Venezuela en el 2018 cuando me la encontré en un bar en el que estaba con todos sus amigos, y ella me acercó una silla a pesar de que su mesa estaba repleta. Todos sus amigos se pusieron celosos porque a pesar de no éramos ex pareja sino simples conocidos, todo el mundo desapareció, conversando maravillados observando al otro, como Jesse y Celine en Viena. No nos volvimos a ver hasta año y medio después, unos meses antes de la pandemia en Argentina, cuando yo después de mi ruptura con Beth me la encontré y fuimos por dos meses dos en la ciudad de la furia. Pensé que sería mi segundo ticket dorado a la fábrica de chocolates, pero mi romanticismo, idealización y paradigma hollywoodense me nublo el menos común de los sentidos, el sentido común. 

    Ella estaba en medio de un divorcio y a punto de irse para Estados Unidos, al punto que tenía en su casa portaretratos sin fotografías, pero yo solo veía con los lentes lúdicos, del éxtasis, diversión y pureza de los sentimientos cuando estábamos juntos: juntos por Corrientes y la Av 9 de Julio, juntos compartiendo una bañera en su departamento ahora de soltera con balcón y vista panorámica, juntos cuando la observaba doblar y acomodar mi ropa con ternura, juntos pero separados porque no era nuestro momento, la prisa no me dejo comprenderlo, y ella, al no tener el valor o la sabiduría para confesarlo, era un fantasma con el que yo bailaba hasta quedarme con sabanas vacias entre mis brazos.  



    Un impulso al estilo poema navajo de “saltar ya!, pues ya vendrá el piso”, era algo muy característico en mí, algo casi kamikaze como el argumento de la infravalorada Gattaca (1997) que cuenta como en un futuro donde la genética marca las diferencias, potencialidades y límites. Un mundo en donde con una gota de sangre, sudor, un cabello o saliva se puede saber todo de ti, de dónde vienes y adónde podrías ir. Una historia en la cual la segregación ya no es racial, económica o geográfica sino por la “calidad” de tu ADN, hace más claro que lo imposible es el villano de toda vida, el necesario para evolucionar, y así, el protagonista Vincent pretende ser otro escondiendo sus genes con las de una persona mejor dotada, a la cual las circunstancia le arrebataron toda oportunidad futura, al anclarla tras un accidente a una silla de ruedas. La tragedia de uno, la fortuna de otro, la de Vincent para llegar a las estrellas, demostrando, como lo hizo con su hermano al ganarle una carrera de nado, a pesar de sus diferencias físicas, que todo lo consiguió porque todo lo hacía sin dejar nada para el regreso. Ese era su secreto. 

    Una actuación vulnerable que me ayudó mucho durante mi crecimiento, ya que nací casi con dos pies izquierdos, lo que se sumaba a mi forma de ser acelerada, causando un ciclo anual de caídas, fracturas, yesos, complicaciones y muchas cosas materiales rotas por mi torpeza. Aprendí a tomarme mi tiempo, en enfocarme en cada cosa que hacía, me enseñe a estar concentrado en mis pasos, en mis manos, en evitar algún accidente, y de ahí nació una de mis máximas “del apuro queda el retraso”. Siempre por querer hacer algo rápido se termina causando algo que nos roba más tiempo que el de hacer todo a su justo momento. 

    También sembró en mí sentir mucha empatía con la torpeza o accidentes de terceros, no vale la pena hacer gran escándalo de un vaso roto o una reguera en el suelo, nadie se quiere caer, nadie romper lo comprado, ni hacerse daño, bueno nadie cuerdo. Así con Maní paradójicamente olvidé o fingi amnesia con  esa lección “del apuro queda el cansancio” y eso  del riesgo de no entender que es ficción ese amor de película, de felices para siempre, es sola una utopía que hace daño, una historia que se cree ser un desenlace cuando es una trama que solo va por la mitad, lejos de su final, un final que para que sea bueno y digno, debe trabajarse demasiado, no se trata de sacrificios, se trata de compromiso, real, no papeles o anillos. Pero me faltaba aprender una última lección: desaprender esa fascinación o síndrome del héroe, nadie necesita que tú lo salves, lo más sano es acompañarnos mientras el otro se salva por sí mismo. Tal vez esa necesidad heroica es para distraerte de la acción crucial de salvarte, de evolucionar. 

    Pues tu “Shadow”, la parte que te avergüenza y de la que no puedes deshacerte, no quiere la atención del mundo solo la tuya, debes hablarle con compasión. Desde niño uno busca la aceptación, ser parte del grupo, luego uno crece y busca reconocimiento, familiar, académico, laboral o de pareja. Ahora es la eterna de validación diaria por extraños y sus likes y comentarios por redes sociales, cuando la verdad no se trata de aceptación, reconocimiento ni validación, es estar en paz con quien eres hoy, solo eso esta bajo tu control y para eso me hizo falta como en la película Predestination (2014) enfrentarme conmigo mismo y mis ínfulas de superhéroe, cuando eso es un trabajo para Batman y sus colegas en los cómics o la gran pantalla.  

    En aquella película que lamentablemente pasó por debajo de la mesa a pesar de su genialidad, Ethan Hawke es un viajero del tiempo, el agente Doe, que debe en el pasado con ayuda de Jane (una sublime Sarah Snook pre Succession) atrapar a un asesino del futuro, pero para hacerlo él será testigo y artífice de cómo ella se enfrenta a su identidad y dualidad sexual, desafiando a los roles, la individualidad y las paradojas de una culebra mordiendo su cola. Una premisa que resume mi vida hasta ahora, como el verso que uso de estandarte “un escorpión siempre paciente frente a las cenizas de un fénix”. La resurrección y su naturaleza cíclica, la condena de romantizar al eterno comienzo que como un eterno eco, decidi que debia de romper, solo que lo hice otra vez, de la forma equivocada; luego de pasar de un lado del espectro al otro, del amor y pasión a la costumbre y resignación con la excusa de estar haciendo lo correcto, el bien, lo heroico, para terminar al hacerlo, siendo el villano de otra historia. 

Conocí a María en Argentina a días de iniciar la pandemia del 2020 y en medio de mi visita a su casa en otra ciudad para una segunda cita, se decretó las restriccion de circulacion y cuarentena  (que ya sabemos que se extendió más allá de lo soportable) en medio de todo ese caos ella me confeso que tenia cancer y que debía pasar por todo un proceso quirúrgico y posiblemente de quimioterapia. Volví en ese momento al instante en el que cuando perdí mi virginidad con una chica uqe me confesó que había sido violada y yo sentí tanta culpa que no solo dormí con ella sino que seguí con ella y “aprendí” a quererla. El amor no se aprende ni se practica hasta que sale bien, se siente o no se siente, y yo más allá de cariño, afecto y química sexual, no sentía amor verdadero. 

Recuerdo que cuando adolescente rebelde me apague enfrente de mis amigos un cigarrillo en mi mano derecha, cuando se burlaban por una chica que me había roto el corazón, asegurandome que no valía la pena, pero lo hice para mostrar tonta y machista fuerza, por estúpido, para dejar una cicatriz que ver en el futuro, para ver en ella lo idiota que es hacerse daño a uno mismo y tener claro que el primer error no es tu culpa, el segundo si, y el tercero ya es un vicio autodestructivo. De esa manera yo con María era yo olvidando ver esa cicatriz, cometiendo el error de dejarme llevar por la culpa, la lástima o la falsa compasión, el complejo de héroe innecesario. Así que esa relación sacó lo peor de mí, porque sencillamente no era feliz, y ahí otra vez estaba Ethan Hawke para hacerme compañía sin saberlo. 

Me hice adicto a gustar, a gustarle a otras mujeres, a sentirme querido, deseado y admirado en el mundo virtual, cuando la realidad es que a nivel interno mi autoestima estaba hecha añicos y solo conseguía un poco de oxígeno cuando me escapaba solo a una sala de cine, a sentir entusiasmo y felicidad, así recuerdo el 2022 disfrutando de dos de sus películas más inquietantes junto con la joya del 2007 “Before the devils knows you're dead” , Black Phone y The Northman. Historias que viajan hacia lo más profundo de las miserias, impulsos y ambiciones humanas, la codicia, la venganza y la maldad encarnada. Las veía y veía mi alma y mente en la pantalla en su decadencia, un alma que necesitaba la luz en sus sombras, anhelaba equilibrio.

    Durante esa separación que fue la más tormentosa, algo loco de pensar luego de haber pasado por un divorcio luego de diez años y una ruptura con una mujer de carácter fuerte e impredecible en otro país. El cine me acompañó y el cine de este actor y el de su director fetiche (Richard Linklater-School of rock-Before Trilogy) en especial me ayudaron en mi sanación, en la que la película de ambos, Boyhood (2014) me dio esperanza en el tiempo, porque definitivamente la vida es un idioma que solo el tiempo puede traducir. 



    En esa película, cuya producción llevó 10 años, vemos a Mason, un niño pasar de la niñez a la adolescencia para llegar a las puertas de la adultez, tanto a nivel ficción como real, pues los protagonistas crecieron durante esos años de producción intermitente. Una historia en la que Ethan Hawke hace del padre de  ese niño, un padre que pasa por divorcio, por no saber bien quién es y tener que reinventarse, intentarlo y fracasar hasta encontrarse como un hombre adulto irreconocible para su versión de 30 años, pero a gusto, en paz y libre de culpa. Así me siento hoy a los 41 años disciplinado en el arte de perdonarme y perdonar y devoto de la búsqueda del equilibrio teniendo en cuenta que nunca se tienen todas las certezas y la única verdadera, es que solo tenemos el hoy y la vida se podría acabar cualquier día. 





Así termine en un Café conociendo a una brasilera sin saber hablar portugués, ella también se estaba rearmando, dándole otra forma a sus piezas. Una conversación que fluyó con un simple: “¿también te gusta Star Wars?” en inglés. Una mujer fuerte, inteligente y con un corazón hermoso, que había pasado por un divorcio, la pérdida de un hijo y vivía en piloto automático entre trabajos y el consumismo. Nos dimos una oportunidad y de a poco entre series y películas de Marvel y Star Wars, todas las piezas iban encajando, sin apuro, sin expectativas, solo el deseo de una buena compañía.

    Es por eso que después de Batman, Wolverine es mí personaje de comics favorito, por su poder, la sanación, de niño siempre deseaba con lesionarme o curarme rápido para ya no sentir sufrimiento. Sé que mí umbral de dolor es profundo, pero ya estoy hastiado de decir que aguanto y puedo, mí anhelo ahora es el disfrute y la prosperidad.




    Cómo aprendí  de Ethan Hawke y Richard Linklater con la trilogía Before y Boyhood, es cuestión de paciencia y adaptación, la vida se abre camino como afirmaba Malcom en Jurassic Park, no se trata de acelerar o romper, porque siempre quedan pedazos, se trata de ser flexible y disolver lo que haga falta dejar atrás para avanzar, porque es más importante eso que siempre ganar.

El cine ha sido mi antídoto, mi respuesta y hoy la oportunidad de rehacer mi vida.