martes, 13 de junio de 2023

Luz, cámara y recuerdos. Parte 9. Doctor Sleep

Doctor Sleep (2019)

A medida que sigo en este viaje al pasado guiado por las películas estrenadas en tiempos claves de mi vida, me doy cuenta, que los finales de década vienen acompañados de películas de culto, como ocurrió en 1989 con Batman de Tim Burton y la supuesta última (mi favorita cabe acotar) película de Indiana Jones (The Last Cruzade) las cuales fueron la puerta de entrada al arte que tanto me ha dado,  lo mismo se repitió con el final del siglo 20 con The Matrix y Fight Club (ambos films cada vez más vigentes a nivel filosófico), y es que justo en 1999 pasaba de la secundaria a la universidad, un momento que todavía considero como definitorio y la más disfrutable transición desde que tengo memoria. Paso el 2009 y con el El Secreto de sus ojos e Inglourious Basterds, dos obras maestras que me hacen recordar el año en que por primera vez le daba un uso a mi pasaporte y  en el que aprendí la importancia de desaprender, salir de lo conocido y nutrirse de lo que para otros es cotidiano, y para unos nuevo o raro, simplemente, ser un turista, una pequeña muestra, del próximo escalón, la inmigración. Llegó el 2019, un año donde la nueva etapa en mi vida, la de extranjero, iniciaba, 12 meses llenos de tantas experiencias, cambios, cicatrices y sabiduría. A un año  de la pandemia que cambiaría al mundo, un año de estrenos: End Game, Joker, Once Upon a Time in Hollywood, Ford v Ferrari y la sorpresiva Doctor Sleep.  

    Veía el cielo de Buenos Aires desde la ventanilla de mi asiento de avión, nueve meses antes de estar sentado en una butaca para ver la secuela tanto del libro y joya de Stephen King (The Shining) como del clásico del cine de Stanley Kubrick, detalle importante, pues aunque pareciera redundante, ambas obras son como los hijos de una misma madre y distintos padres, padres que se odian entre cabe agregar (Stephen King detesto el trabajo de Kubrick al adaptar su novela)  así que no es poca decir que Doctor Sleep de Mike Flanagan es el intento exitoso de ser la continuación de ambas raíces. Pero volviendo a ese instante previo desde los cielos, cuando se evidenció cómo era posible  ser dos personas con 180 grados de diferencia en un mismo año en el lapso de un poco más de 270 días. 


        Era el 07 de febrero del 2019 y aterrizaba en Argentina, admito que no sentía tristeza por irme de mi país, ya que habían sido en lo personal dos previos años repletos de momentos densos y en algunos casos traumáticos, tampoco por dejar de ver a mis padres, pues estaba seguro que máximo en un año los vería de vuelta, tenía esa estúpida certeza (todas lo son, pues nada de lo que no esté en nuestras manos en el momento presente, está realmente bajo nuestro control, y todo lo que puede pasar pasará, para bien y para mal) Llegué y a los pocos días ya estaba instalado, mientras conseguía un departamento, en una cómoda residencia, habitada en su mayoría por jóvenes venezolanos en búsqueda de un nuevo futuro en la capital porteña. Recuerdo en especial los domingos en el área común disfrutando junto a varios de mis compañeros de residencia los capítulos de la última temporada de Games of Thrones.

La vida es un incendio, cuando pasa no te da tiempo.


         Una linea propia que pude corroborar en mi habitación de la residencia, al segundo mes más allá de lo metafórico cuando desperté a mitad de la noche entre gritos y humo negro. Recuerdos de bajar entre dormido y despierto, las escaleras de espiral en penumbras evitando pisar vidrios rotos y rozar las llamas que consumían a un departamento. En plena calle descalzo y en invierno, rodeado por patrullas de policía con sus sirenas junto a camiones de bomberos. El camino surreal a la emergencia en una ambulancia, observando casi desdoblado momentos que mientras pasaban, cuestionaba si eran o no producto de un mal sueño. En un instante la vida se resume en decidir entre detenerse, pensar,  no hacer nada o seguir más allá del miedo.



    En Venezuela había estado expuesto a situaciones difíciles, frustrantes y a la vez absurdas, pero no me preparo más allá de entender la victoria de los náufragos y al incendio que es la vida, a lo significaba el nuevo comienzo (con temor a que se haga eterno o en ecos) de ser un extranjero, no importa lo vivido o la teoría, la práctica es otra cosa. Aquel incendio me recordó lo frágil y fugaz que es la vida, y lo importante que se hacen los amigos y familia cuando más lo necesitas y estás lejos de todos ellos; se trata de aprender a hacer música incluso cuando hacen faltan cuerdas, y es que a todos nos faltan así sea una siquiera, es hacer propio lo ajeno, aprender viejas palabras con nuevos significados,  el lapso entre el por ahora y el mientras tanto. Cuándo viajar no son vacaciones y una maleta resume tu casa, tu historia, lo salvado, lo perdido, lo encontrado y el descubrimiento. 


    Así transcurrieron los meses y algo nuevo para mi, las estaciones. De Maracaibo, una ciudad con un sol incandescente de temperatura siempre al límite, que alterna el año entre humedad seca y otra con lluvia, a la Ciudad de la furia que nunca duerme, donde puedes pasar del fashion del invierno a los colores de la primavera, la comodidad de vestuario del verano, para terminar seducido por la inexplicable inspiración para escribir sentado en el tren o en el subte que me daba el otoño. Alternando trabajos paga cuentas y algunos lamentables con idas al cine que me regalaban oxígeno, como aquella en la que tuve el placer geek de escuchar entre gritos de emoción de fans en una sala de cine abarrotada, el chasquido de Tony Stark y su I am Iron Man antes de derrotar a Thanos. Once años atrás era improbable imaginar a Robert Downey Jr como una estrella taquillera, mas bien era para quien lo recuerde, una apuesta suicida en taquilla, incluso recuerdo comprar mi entrada para la primera Iron Man, rápido “antes de que la sacaran de cartelera”, siempre lo había admirado por su versión de Chaplin y su rol en una de mi lista de favoritas: Wonder Boys, así que era hora Downey, te lo merecías, todos podemos volver cambiados, el poder de las segundas y hasta terceras oportunidades.




    Días de quedar exhausto hasta el punto de caer desmayado en mi cama tras una jornada de trabajo pesado; en mi país a duras penas no rompía la pared al clavar mal un clavo para colgar un cuadro, y en Argentina, en cambio, trabaje en un depósito descargando muebles y equipos para presentaciones de productos de marcas de lujo. En Maracaibo tenía una vajilla de vasos de aluminio o de plástico cansado de la torpeza con cualquier cosa de vidrio, y allí estaba trabajando algunos fines de semana, en un restaurante haciendo suplencias u horas extras, sirviendo cenas rezando no dejar caer ninguna bandeja, o lavando copas y fajinandolas contento si terminaba sin ninguna rota, aprendiendo el arte del enjuagado y secado con trapos mojados con alcohol. 


        Debido a todo eso, puedo decir hoy que si no fuese por la belleza de Buenos Aires, y las películas que se estrenaron en ese  año pre Covid 19, habría seguramente colapsado. Una vez cuando me subí en una plataforma de madera para no mojarme y ensuciarme, cuando me toco por ser nuevo en el trabajo desahogar el baño de los trabajadores, que por una intensa lluvia se había desbordado al punto de ser un río de aguas negras. En esa ocasión literalmente de mierda, cerré los ojos, calme mi respiración, me dije falta poco, falta poco, tu puedes, ya casi, ya casi termina, y me imagine en mi fin de semana, de dos porciones de Pizza de Guerrin… a veces para recordar a mi padre pedía una de anchoas. Visualice la noche en Puerto Madero que no puede ser más preciosa, con sus colores y luces reflejadas en el agua. Recorriendo la Avenida Corrientes y llegar justo cuando comienza una función en el Cine Lorca; de esa mágica sala recuerdo en especial la proyección de Once Upon a Time in Hollywood, una película que admito que cuando la vi la califique con un ⅗, y la coloque entre las últimas en mi top de Quentin Tarantino, pero cada vez que la veo nuevamente, me gusta más, me relaja, verla es como compartir con un amigo con el que da igual si te quedas callado un rato tomando una cerveza. 


        Entre besos en el Cementerio de Recoleta, el glamour nocturno de Palermo, el disfrute bohemio de San Telmo con su tremendo dulce de leche y la infaltable e infatigable foto con Mafalda, recargaba las baterías de mi espíritu, enamorado de un país en el que siempre quise vivir después del mio, al sentirlo tan próximo, gracias a Ricardo Darín y sus 9 Reinas, el Túnel de Ernesto Sábato, y la Fuerza Natural e Euforia que son Gustavo Cerati y Fito Paez. Incluso pude redescubrir mi cultura siendo extranjero en otro país, ya que nuestra comida, en especial los tequeños habían conquistado a nuestros hermanos argentinos, y pude también asistir y participar como apoyo en el Festival de Cine Venezolano, donde no solo tuve el gusto de ver la película Tamara junto a su directora, el protagonista y la persona de la cual estaba basado el argumento, sino que a la vez me enamore del Centro Cultural San Martín,  ese lugar logró superar por una nariz a lo que sentí en la Librería Ateneo o el Teatro Colón, así que a pesar de las malas experiencias, CABA es una mezcla contradictoria, llena de texturas aterciopeladas y ásperas.  

        Luego del Festival de cine, visitar el Centro Cultural se volvió un destino obligado cada fin de semana, allí pude disfrutar de películas que amaba pero que nunca había podido por mi edad ver en su fecha de estreno en la gran pantalla, como fue el caso de Trainspotting. Un ciclo en especial fue todo un lujo, el de uno de los directores que más me impactó cuando alternaba cine de autor con Las Tortugas Ninjas o los Thundercats: el ciclo del cineasta y genio Stanley Kubrick. Gracias a ese lugar pude deleitarme como se debe de 2001: A Space Odyssey, A Clockwork Orange, Doctor Strange Love y la genial The Shining. 





       Su simetría, frialdad inquietante, música clásica e imágenes memorables y espeluznantes, eran como sus personajes, un baile entre lo impoluto y la locura, casi calculada, como la corbata verde de Jack que emulaba el laberinto del Hotel Overlook de The Shining, un laberinto que cambia de forma, haciéndose más intrincado y demencial como un padre persiguiendo a su hijo con un hacha entre la nieve y  el frío asesino. Elevadores que se abren dejando ir un río de sangre que desemboca en la paranoia. Cine perturbador, pero que te invita a pensar y entender ese arte, como lo que es, una creación en colectivo, que estimula a quien lo disfruta, tocando nuestras fibras más íntimas, y luego como un sabor rico en historia, se convierte en ondas expansivas en la memoria.



        Esa sensación familiar la sentí cuando celebraba solo mi cumpleaños por primera vez en mi vida, ese día había caído entre semana así que tendría que esperar al viernes o sábado cuando pudiera reunirme con Sharon, la little sister que deje en Argentina, ella me iba a preparar mi plato favorito después de la pizza, el pasticho venezolano. Tocaba esperar, así que ese 14 de noviembre lo celebre junto a Ewan McGregor y lo que fue para mi la sorpresa del 2019, Doctor Sleep. Pensaba que era imposible que funcionara una secuela del Resplandor, pero como un deja vu, que sin ser repetitivo, fue como una extensión de lo que ya era una zona de confort, ya que para mi el cine en todos sus géneros cuando esta en el tope de su juego, es eso, da igual si es terror, igual me saca una sonrisa


"Danny Torrance : El hombre se toma un trago. La bebida se toma asimisma. Y luego el trago se bebe al hombre. ¿No es así, papá?

El cantinero : Medicina. Medicina es lo que es. Una auténtica cura para todo. La mente es una pizarra, y esto es el borrador"

Esas líneas siempre vienen a mi cuando toco fondo, como cuando lejos de mi familia ese año supe que a mi papá le había regresado el cáncer. Ganas de tomar para sedar y olvidar, un líquido analgésico que te puede tomar a ti.  Esa escena se me grabó en el corazón y la llevo conmigo, como una advertencia a la cual respeto muchísimo, esa del niño que antes jugaba con su triciclo en los pasillos alfombrados del hotel embrujado, y ahora era un hombre en la barra junto al fantasma de su padre, aquel que intentó matarlo. Un alcohólico demente tentando con una botella desde el mas allá a su hijo que solo anhelaba dejar de ser un adicto, redimirse y salvar a una inocente de fantasmas y una vampira de espíritus. Rose the Hat, era aquella hambrienta de almas que “resplandecen”(shine), interpretada magistralmente por Rebecca Ferguson, al punto que es de esos personajes que me provocan envidia, aquellos que son tan cool en su diseño, ademanes y voz, que desearía haberlos creado yo.   

    Películas como Doctor Sleep me inspiran a sentarme a escribir, no solo las experiencias propias o ajenas, a favor o adversas, sino también esa ficción que sin sellos en el pasaporte te permiten viajar con tu mente a un lugar que te regala regresar a la realidad más fuerte, sanado y esperanzado. Aseveraba interiormente junto a la mejor compañía en la mejor vista nocturna y aérea, brindando con el Obelisco y la 9 de Julio, de fondo, allí como se debe brindar, con  relax y celebración, me despedí del país donde es un arte el cebar el mate, donde existe miedo a la yerba lavada, cuna de las juntadas y el fernet con Coca, del mejor helado y asado y las mil y un despedidas, de las mudanzas y las herencias en vida, madre de tres Copas Mundiales y de tantas cosas que no caben en rimas.



1 comentarios:

Tomi Duarte dijo...

De lo mejor que lei en mucho tiempo. Un grande como pocos RR, abrazo desde la cuna de las juntadas, donde siempre te estaremos esperando y seras bienvenido!

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