“Nadie es más esclavo que el que se tiene por libre sin serlo” Johann Wolfgang von Goethe.
La estatua de la Libertad invertida, una de las primeras y poderosas imágenes, entre tantas, del Brutalista, cumple el precepto fundamental del lenguaje cinematográfico, “show, don’t tell”(muestra no cuentes) planos en su elocuencia dicen más que voz en off o diálogos.
Para mí en muchos sentidos la vida es como el arte detrás y frente a la pantalla de cine. Aprendemos y respetamos al otro, muchísimos más por sus acciones, que por lo que nos dicen.
La película del director Brady Corbet en su sublime épica, tan vieja escuela, se siente necesaria cuando hoy las producciones son claustrofóbicas en su escala, y pasajeras en su impacto, como música de fondo, “contenido” para disfrutar en segundo plano. Es agua fría en medio del calor y la sed, como el Brutalismo en la arquitectura, una corriente que va al grano, construcción postguerra, concreto para reconstruir rápido y barato sin ornamento, con geometría clara y grande que en su interior busca sorprenderte.
Una analogía en forma y fondo, con el personaje de Adrien Brody, Lazlo Toth, un arquitecto, sobreviviente del nazismo que al estar lejos de su tierra y separado de su familia, esta convertido en una sombra de sí mismo, y como muchos inmigrantes (los cimientos de países como Estados Unidos) sabe sobrevivir, adaptarse sin llamar la atencion, mas alla de su acento extranjero y delator, guardando su pasado y sus sueños de legado en su interior como un caparazón tosco de hormigón, cemento chorreado al secar, capaz de sobrevivir a la guerra y sus ataques.
Casi una página y aun ni hablo de la trama, pues como diría el difunto David Lynch el cine no precisa de ser comprendido o explicado, más si de ser experimentado y sentido; pero si hay que hablar de argumentos el del Brutalista es como el Brutalismo mismo, simple y por eso funcional y verdadero.
La historia gira en torno a un millonario encaprichado en empaparse con la genialidad de un artista, una suerte de palanca social para impresionar, ya que con la ayuda de su chequera, para nada ilimitada, logra someterlo con la excusa de un proyecto desafiante y casi interminable, para el rico, alimento para su ego, pero para el Lazlo, es acariciar con arte su sufrimiento, recreando el encierro, asfixiante de sus carceleros durante el holocausto, que lo separaba de su esposa, con la posibilidad de reescribir dicha historia, con la licencia de la imaginación, con corredores secretos que conectaban espacios que a primera vista parecen aislados.
Dicho mecenas, como su hijo ficticio lo subraya, “tolera” a este extranjero porque puede ser su mascota que sirve para hacer trucos pero que jamás puede osar a morder la mano que lo alimenta, así sea por algo justo. Un ser siniestro, que cobra vida gracias a un soberbio y exacto (sin una línea o segundo de desperdicio) Guy Pearce, quien como Adrien Brody, tuvo una segunda oportunidad para lucirse después del Pianista, Pearce nos recuerda el talento que nos había enamorado en L.A Confidential, Priscila la Reina del Desierto o Memento.
El Brutalista es una película sobre (y hecha gracias a) segundas oportunidades, algo que en un mundo “inclusivo” y la vez tan binario, es muy necesario, un mundo de absolutos, polarización y cancelación, necesita a gritos historias sobre la redención. Es por eso que en esta década solo hay dos tipos de películas con las que consigo conectar: las historias épicas hechas con artesanía la, imperecederas como Dune u obras que visualmente te obligan a prestar atención, las que te liberan de la anestesia mental por sobredosis de dopamina; como The Substance.
Vivimos en el mundo de Oppenheimer, uno al borde de su destrucción, el multiverso de la locura, donde cada decisión e incluso inacción, crea una nueva realidad, en la que vivimos o nos atormenta. La obsesión de la juventud eterna cuyo precio es tu bomba atómica personal. Es eso o como diría Ke Huy Quan en Everything Everywhere all at Once: “en otra vida, me hubiera gustado mucho lavar la ropa sucia y pagar los impuestos contigo”. Es el dilema entre vivir en el caos abrumador o la simpleza, fortaleza y certeza que tiene el personaje de Felicity Jones en el Brutalista, cuando le asegura a su esposo “el daño que nos han hecho ha sido solo contra nuestros cuerpos”.
Definitivamente llenar vacíos con abismos es un martirio infinito. Los vacíos se llenan con tiempo, silencio y soledad. No buscando gustar, complacer, satisfacer a terceros. Es mirarte en el espejo aprendiendo a enamorarte de vos más allá de la soberbia y el ego.
Esta obra es una caricia al alma del inmigrante y es por eso que cierro con un fragmento del libro de Frank Herbert, Dune, otra de las grandes historias que han devuelto las ganas de disfrutar una película en la gran pantalla:
“Donde vivíamos no había necesidad de crear un paraíso, fisico ni mental, vivíamos en uno real, y ahora pagamos el precio que pagan quienes alcanzan el paraíso en vida, nos hipismo descuidados y débiles, perdimos nuestra fuerza”
Siempre en la lucha por no perderla, y si pasa, a recuperarla!
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