miércoles, 1 de octubre de 2025

Iago: El hijo de la tierra


    En el más alto de los riscos, se abrieron ojos en una piedra que miraba al infinito. Algo nació de la tierra. Lentamente, se delineaba la figura de un hombre en la textura de la roca; los fragmentos cayeron hacia donde solo el abismo pernocta.

    Desprendido de los vestigios del risco, cayó en un rellano totalmente desnudo, sin comprender por qué todo era distinto, sin memoria del pasado ni certeza del futuro. Bajo un cielo rojizo, sus cabellos color arena escapaban del sol en medio de tinieblas.

    El recién nacido se levantó de inmediato. Miró sus piernas, parpadeó y no lo podía creer. Corría por el piso resquebrajado, seco y agrietado, como un ser alado que aprende a volar.


    Un hombre lo observaba desde la cúspide de una montaña. Su cabellera, avivada y brillante, eran hilos de plata; cada punta una aguja que atravesaba carne y acero, afilada y dueña de tormentos.

    Hilos acecharon al hijo de la tierra, alcanzándolo con facilidad en su labor placentera. Su piel cedía y se desgarraba; la sangre goteaba y él no entendía lo que ocurría. Arrastrado por el suelo, sintió la aridez mientras ascendía, sin consuelo, hacia las manos de aquel que, con atributos de cazador, se deleitaba desde las alturas con su captura.

    Otro hombre, también con hilos de plata, se acercó a mirar. El hombre de las rocas caía a sus pies. El más alto de ellos comenzó a gritar, y algunas cabezas cayeron. Muchos hombres estaban atados, casi semejantes a quienes aún no habían sido cercenados. El resto vio caer cabezas al precipicio eterno en busca de la muerte, y gritaban pidiendo su regreso, odiando su suerte.

—Si está vivo, ya sabes qué hacer —dijo el más alto de los altos.

—No puedo, señor… y no sé por qué —respondió el cazador, ahora asustado.

—¿Qué estás diciendo, soldado sublevado? —inquirió el enardecido.

—Señor, sin lengua ha nacido el desdichado; ya de nada sirve el cuchillo. Sin habla nació el llamado Iago —dijo, y aunque no tenía lengua, no fue enmudecido: simplemente las palabras no existían para él todavía.

    Iago fue cubierto de cadenas oxidadas que lo sujetaban a una carreta sin caballos, que debía arrastrar hasta el castillo olvidado. Amnesia de quienes nacen de la tierra: el camino no residía en la memoria, pues allí las pesadillas cobraban fuerza.

    El sendero estaba hecho de piedras incandescentes, que quemaban los pies con su ardor eterno, y latigazos de los implacables Kaskan —los sirvientes del Siniestro— lo acompañaban. Entre los gritos de Iago adolorido, transcurrió el viaje hasta el puente que los separaba del castillo de donde solo escapaba la muerte.

    Bajo el puente, el agua estaba putrefacta, infectada de cadáveres y sabandijas. Iago apenas miraba las alimañas y las burbujas del agua hirviendo. Pestilente se tornó el ambiente, y los Kaskan tocaban las puertas; los goznes, cediendo ante los arietes, abrían con temor la fortaleza. La sangre de Lago derramada sobre el suelo alimentaba a los muertos; golpe a golpe retumbaba un estruendo, el sonido de un tambor que sellaba su encierro.

Las murallas se cerraron tras los viajeros, que no dejaron de torturar al prisionero. Él no se quejó ni un momento ni dejó de escuchar.

    El Kaskan que estaba sentado en la entrada, con un libro en una mano y en la otra una pluma de petirrojo, se acercó a él. Anotando sin preguntarle, terminó de escribir:

—¡Llévenlo a las mazmorras con los demás! —gritó Kashas, pintor del arte de sufrir.

    Y Iago, cavilando, ascendió las escaleras en espiral hacia los calabozos, cuyas paredes eran de espinas y cuyo aire era silencio. Cada reo sufría por su lengua arrancada, de labios cosidos y ojos que engañaban.

«¿Quién eres tú, sin rastros de los hilos?» —escribió en la arena quien ocupaba la celda. Lago, confinado, leyó las palabras en el suelo sin comprender ni una letra.

    Pasaron las horas y no pudo contestar. Pasó a ser el prisionero envidiado: aquel que nadie pudo silenciar pero que, sin embargo, seguía callado.

    Cuando el hambre al fin lo alcanzó, vio en la arena negra que pisaba su alimento, y tan fácil lo comió: polvo y excremento sirvieron de sustento.

    Solo en su celda, nadie le ofrecía compañía. Escuchaba a los Kaskan y olía sus cenas, recostado contra las espinas. Sus atuendos eran rojos y sus cabellos, blancos. Cada uno portaba una llave amarilla colgando del cuello; desconocía qué abrían.

    Había también llaves negras, que encerraban secretos. Iago las observaba sin claudicar, año tras año, obsesionado con un sosiego no tan lejano.

    Noche tras noche, salió de su boca sin lengua el primer sonido. La lengua que nadie había cosido pronunció “pesadilla” al ver sangre negra.

    Una noche, se acercó el Siniestro a Lago. Era un Kaskan de cabello corto y proceder galante, de piel delicada y manos largas, con ojos que delataban su poder.



—Así que tú eres el que nació sin lengua —le dijo con un tono de misterio—. No te preocupes; no será una barrera para que me digas tu secreto.

    Colocó sobre la cabeza del condenado su mano izquierda, en la que llevaba un anillo: un aro que brillaba con el hallazgo del más cruel de los designios.

—Vístete con sus carnes como si fueran tuyas. Ya casi se hace tarde para que al fin huyas —dijo, antes de matar con una de sus agujas al prisionero testigo en la penumbra.

    El hombre, sin entender aquella petición, fue rebanado; sus entrañas cayeron. Lago, escondido en pellejos, lucía como quien murió antes de escapar de la infernal empalizada.

    Fuera de los muros del castillo, usó como guarida el agua putrefacta, donde la corriente que llevaba al vacío era el mejor aliado de quien aún respiraba. Nadando entre los muertos era un fugitivo, sin saber por qué ni entenderlo. Solo sabía que todavía estaba libre y vivo gracias a la clemencia de un carcelero.

    La desembocadura lo llevó a un claro donde el agua ya no era opaca y más de un árbol escondía esperanzas. Un bosque apareció ante él como la cortina de un nuevo acto de una obra escrita sin papel, sin actores e incluso en blanco. Caminó por días, balbuceando e intentando hablar consigo mismo de lo sucedido, cosa que al final no fue en vano, pues mucho fue lo que se dijo:

—¿Qué designio me permitió lograrlo?

Nadie contestó a sus ansias: «¿Por qué estoy vivo? ¿Para qué he escapado?»

    Las bestias comenzaban a acercarse: criaturas de horrible imagen sobrevolaban en círculos de muerte, sumergiéndolo en un trance del que apenas podía desembarazarse.

    El entorno de la previa atrocidad era opuesto al de los animales que vivían en un bosque, un bosque que solo existía en los sueños de aquellos que podían dormir en paz de noche. Las flores separaban el prado del sol, y el agua que lo bordeaba reflejaba pureza; el mal, allí, no hallaba lugar.

    Tantos años vagó Iago que su piel se aclaró, mas el mal dejó una cicatriz imborrable: una marca bajo su cuello, con la figura de una gota negra, sello de quien entra prisionero en la cruel fortaleza. Durmió en paz el día en que el sol brilló; las pesadillas no lo alcanzaron aquel día de amor, el día en que la doncella de la profecía conoció: la mujer más bella que hombre alguno hubiese besado.

Cuando las hojas cayeron y alfombraron el suelo, una mujer se acercó a Iago, incluso contra el miedo que la retenía. Se llamaba Vina, la hermosa dama, cuyo tacto acariciaba la brisa matinal; en ella el frío se abrigaba con una calidez imposible de confinar.

—Tu nombre revolotea en mi mente —dijo Iago—.

Ella respondió con suavidad:

—Siento mucho distraerle, señor, perdone mi atrevimiento.

    Iago tomó a Vina de las manos, y en un dulce día la desposó. Incluso cuando eran dos extraños, el amor los alcanzó. En el bosque construyó su morada, sumergida entre arboledas infinitas; era una pequeña cabaña, de colores que se perdían más allá de la vista. Las flores brotaban tras cada caminata, soles eclipsados y lunas sobre ellos dos, y cada paso de Iago y Vina unía sus almas, sin soltarse jamás de las manos, sin decir adiós.



    Al fin, la alianza se cristalizó; de su amor nació un hijo: Tentas. Dulce criatura de cabellos rubios como el oro, de mirada azul como el mar profundo que nadie encuentra; por la paz que emanaba de sus ojos, no existía inocencia en la fe ciega. Pero había algo más en aquella gema humana: su voz era el elixir de la vida, armonía en cada palabra, más allá de los barrotes de la melodía.

Una canción eterna surgía de sus labios, y sus padres nunca dejaban de escucharla. El don de su canto era preciado, la maldad lo codiciaba. Cuando Iago salió en busca de leña, el frío acrecentado hacía inútil la chimenea. La nieve alfombraba el camino y cegaba sus ojos con cada ventisca, y caminaba ignorando su destino, el mismo que había permitido su huida.

    Regresó a la cabaña, solo para encontrar la nieve derretida; la causa la supo al entrar: eran las lágrimas de Vina. Su hogar estaba inundado por agua salada, derramada por una tristeza que no hallaba rostro, pues ni la causa ni el rostro podían encontrarse: ambos habían sido secuestrados.

    Vina y Tentas habían luchado, pero Iago no intentó buscarlos; al contrario, huyó del triste escenario, nunca regresó ni recogió las lágrimas que habían congelado la esperanza.

martes, 19 de agosto de 2025

Los inadaptados que nos enseñaron a ser adultos (o al menos a fingirlo)

 


     Ocho películas, un mismo fantasma: ¿qué pasa cuando la vida adulta llega con manual defectuoso?

    Sing Street, Wimbledon, Donnie Darko, Garden State, Wonder Boys, Apt Pupil, American Animals y Gossip parecen títulos que nunca compartirían mesa. Una es un musical coming-of-age, otra un romance tenístico olvidado, y otra un delirio de viajes temporales con un conejo siniestro. Pero míralas bien: todas son radiografías de gente fuera de lugar, personajes que sienten que el mundo fue diseñado por alguien más… y mal.




Lo interesante es que no hablan de héroes, sino de desajustados con más dudas que certezas. En Sing Street, el escape es armar una banda; en Donnie Darko, enfrentarse al apocalipsis personal con un disfraz de conejo psicótico; en Gossip, inventar un rumor que se les va de las manos. Son protagonistas que no conquistan, sino que patinan, tropiezan y a veces se hunden. Y ahí está el truco: nos representan más a nosotros que cualquier superhéroe de Marvel.





    Claro, algunos de estos experimentos salen mal. Muy mal. Apt Pupil y American Animals muestran cómo la curiosidad adolescente puede convertirse en veneno cuando se mezcla con poder, crueldad o la simple estupidez de creerse invencible. Son recordatorios de que el “quiero probar” no siempre termina en aprendizaje, a veces termina en cárcel, trauma o algo peor.





     Quizás lo que une a estos relatos no sea el género ni la época, sino la certeza incómoda de que la vida adulta es un experimento fallido. Son películas que desmontan la idea de estabilidad, que nos recuerdan que ser joven en los 2000 era vivir con una mezcla rara de ironía, apatía y pulsión por quemar etapas sin mirar atrás. No ofrecían héroes, ofrecían espejos torcidos, y tal vez por eso siguen siendo vigentes: porque aún nos reconocemos en ellos.




    Al final, ver hoy Sing Street, Donnie Darko o American Animals no es nostalgia, es arqueología emocional: abrir un cajón polvoriento y encontrar dentro no certezas, sino preguntas. Preguntas que incomodan porque siguen sin respuesta. Y ahí está el verdadero vínculo: estas películas no solo hablan de una generación perdida, hablan de la incomodidad eterna de ser humano en un mundo que nunca prometió encajar.







sábado, 9 de agosto de 2025

El terror al trono: Weapons y la década más incómoda del cine

 

Weapons Review 4/5 Rene R.R


El terror dejó de esconderse. De género olvidado a rey indiscutible de la taquilla, hoy vive su momento más brillante. Weapons lo demuestra: el “terror elevado” ya no es un título de moda, sino un cliché que aquí se rompe sin piedad.

No hay pretensión, solo miedo cercano. Ese que se cuela en tu casa, se sienta en tu cama y te acompaña cuando cierras los ojos. Historias tan próximas a lo que vivimos… y a lo que preferimos no enfrentar.






Cada década tuvo su monarca cinematográfico:

  • 70s: cine de autor y paranoia política.

  • 80s: blockbuster y fantasía escapista.

  • 90s: thriller y experimentación postmoderna.

  • 2000s: franquicias nacientes y remakes fáciles.

  • 2010s: superhéroes y multiversos.

    Hoy, el trono cambió de manos. El terror lo tomó con fuerza: propuestas originales, temas urgentes y apuestas visuales que parecen suicidios comerciales… hasta que revientan en taquilla.



    Ya no hablamos de monstruos con máscara, sino de los que nacen en lo más oscuro y humano: salud mental, abuso, duelo, soledad, trauma. Películas como Smile, Cuando Acecha la Maldad, The Substance y ahora Weapons no necesitan secuelas forzadas ni remakes número cien para ser relevantes. Se vuelven conversación. Se vuelven espejo.

    En Weapons, Zach Cregger (Barbarian) confirma que la voz autoral es la nueva sangre del género. Su propuesta combina la emocionalidad coral de Magnolia (Paul Thomas Anderson) con la tensión asfixiante de Prisoners (Denis Villeneuve), filtrada por un humor macabro que incomoda y fascina. El resultado: una narrativa que cambia el punto de vista y se atreve a cerrar con un giro final que no busca gustar, sino dejarte inquieto.

Ese es el nuevo poder del terror: incomodar para quedarse en tu cabeza.



En Weapons, Zach Cregger estructura el relato como un mosaico emocional donde cada personaje encarna una etapa distinta del duelo, revelando el verdadero núcleo de la historia: la pérdida y cómo se procesa. Justine (Julia Garner) es la Negación, atrapada en la imposibilidad de aceptar lo ocurrido; Archer (Josh Brolin) es la Ira, canalizando su dolor en una furia implacable; Marcus (Patrick Fischler), el director, representa la Negociación, intentando pactar con la realidad para evitar el derrumbe; Paul Morgan (Alden Ehrenreich) se hunde en la Depresión, reflejo de un mundo que se apaga; y Alex Lilly, el niño, es la Aceptación, enfrentando la verdad para permitir que el ciclo se cierre. Esta estructura convierte a Weapons en algo más que un thriller: es un retrato coral del duelo, filmado como un rompecabezas que solo se entiende al ver todas sus piezas.


    En definitiva, el género de terror ha aprendido en la última década a leer mejor las emociones y ansiedades colectivas, adaptando sus narrativas para tocar fibras más reales y actuales: desde el miedo a la soledad en la hiperconexión digital hasta el terror psicológico que se siente más cercano que cualquier monstruo ficticio. Esa capacidad de hablarle directamente a las inseguridades de la audiencia —sin perder el factor entretenimiento— ha hecho que hoy conecte con un espectro más amplio y diverso de espectadores. En contraste, el género de cómics, aunque visualmente imponente y lleno de nostalgia, ha tendido a repetir fórmulas y depender de universos ya conocidos, lo que en algunos casos ha generado fatiga en el público. El terror, en cambio, se está ganando la lealtad de quienes buscan historias frescas, emocionalmente intensas y con un reflejo más nítido de sus propios miedos contemporáneos.


jueves, 10 de julio de 2025

Superman 2025: Cuando la esperanza vuelve a volar


    A finales de los años 70, Richard Donner y Christopher Reeve lograron que el mundo creyera que un hombre podía volar. En 2013, Zack Snyder y Henry Cavill plantearon una pregunta inquietante: ¿cómo reaccionaría la humanidad si descubriera que un ser con el poder de un dios vive entre nosotros? Ahora, en 2025, James Gunn —junto a David Corenswet— abre las páginas de un cómic directamente en la pantalla de cine. Sin miedo al ridículo, pero con todo el optimismo del mundo, inyecta a esta nueva versión del primer superhéroe de la historia (a punto de cumplir 90 años) una mezcla vibrante de color, inocencia, ciencia ficción y fantasía. En un mundo cada vez más cínico, Superman vuelve a recordarnos lo que significa creer en lo imposible.




    Después de haber explorado hasta el cansancio, a nivel argumental, el origen del personaje —ese bebé que escapa de Krypton antes de su destrucción—, su enfrentamiento con el General Zod, o incluso su muerte y resurrección, es momento de dar un nuevo paso. Esta película se siente como un episodio extendido de Las aventuras de Superman, la serie animada de los 90. Es como subir a un tren que ya va en marcha, sin detenerse en la estación del origen. Así fluye la trama: directa, sin introducciones innecesarias, lo que seguramente la hará más accesible, digerible y disfrutable para los fans del cómic.Y es ahí donde radica tanto su mayor virtud como su debilidad. Lo que la hace ligera, dinámica y ágil también le resta solemnidad, dándole la sensación de ser un gran episodio de una serie más que una épica cinematográfica. Por eso queda por debajo de Man of Steel o Superman: The Movie, aunque sin caer en ser irrelevante. Se ubica en ese punto medio exacto: una pieza funcional y necesaria dentro del rompecabezas más grande que es Superman.


    Lo mejor, sin duda, es la química entre Lois Lane y Superman (digo Superman y no Clark Kent, porque al igual que en The Batman de 2022, esta entrega pone el foco casi exclusivamente en el héroe, relegando al alter ego—una tendencia cada vez más común en las adaptaciones de cómics). También destaca Krypto, presentado como un perro tan adorable como incontrolable; Mr. Terrific, la gran sorpresa de la película; y un Nicolas Hoult que nos entrega un Lex Luthor inquietante, uno que perfectamente podría existir en esta extraña simulación en la que vivimos.

    No puedo cerrar sin señalar algo tan fascinante como preocupante: la cultura pop se comporta como un bucle de retroalimentación infinita. El Superman de Richard Donner inspiró la estética saturada y casi campy del Spider-Man de Sam Raimi, y ahora el Superman de James Gunn toma elementos visuales y narrativos de Raimi, cerrando el círculo. Lo mismo ocurre con  28 años después, secuela de 28 días después —película que influenció a The Walking Dead y The Last of Us—, que ahora bebe de esos mismos productos que alguna vez inspiró. Es un fenómeno curioso: el pasado moldea el futuro, y el futuro reinterpreta al pasado con una mirada nueva, casi nostálgica, casi irónica.



    Y quizás eso es lo que más necesitábamos: que alguien nos recordara que la luz sigue ahí, aunque el cielo esté nublado. Superman 2025 no intenta cambiar el juego, solo devolvernos la emoción de estar en él. Y cuando el símbolo de la esperanza regresa, no importa si ya sabemos volar; lo importante es volver a mirar hacia arriba.






DC en el cine

Luz, cámara y recuerdos: Memorias de un Cinéfilo



miércoles, 25 de junio de 2025

Del brote al legado: la evolución de una pesadilla en 28 Years Later

 


    En los tiempos actuales, en esta sociedad post pandemia marcada por redes sociales, deportaciones masivas e incluso guerras, todo parece haberse configurado según las burbujas algorítmicas: “productos” o “contenidos” diseñados para provocar reacciones binarias e hiperbólicas. Todo es bueno o malo, blanco o negro, lo mejor o lo peor. Pero ese no es el sentido del arte.

    El cine, como creación colectiva, es la expresión de un artista que no teme equivocarse. Una película puede disfrutarse más allá de sus desaciertos, sobre todo cuando su autor —o en este caso, sus autores— crean sin miedo, desafiando las expectativas, generando reacciones, opiniones y discusiones.

    Por todo esto, agradezco haber disfrutado —en mi templo, una sala de cine— de la última entrega de la saga de los no-zombis, aunque sí infectados, iniciada por Danny Boyle y Alex Garland en 2002 con la disruptiva 28 Days Later (conocida en Latinoamérica como Exterminio). Ahora regresa como el primer capítulo de una inesperada trilogía: la arriesgada 28 Years Later.


    Su director, Danny Boyle, fue junto a David Fincher y las hermanas Wachowski,  una inyección de adrenalina para el cine de los años 90, con una edición frenética muy influenciada por la estética de MTV, especialmente en Trainspotting (1996), una joya de culto. Los fans de Star Wars incluso debemos agradecerle a esa película haberle presentado a Ewan McGregor  a George Lucas.

    Por su parte, el nombre de Alex Garland se hizo conocido cuando su novela sobre una odisea mochilera existencialista fue adaptada al cine por Boyle y protagonizada por Leonardo DiCaprio en el año 2000 con la poco valorada The Beach. Una película que, pese a sus carencias, invito a revisar: tiene mucho que decir en estos tiempos donde todos vivimos atrapados en la pantalla de un celular, y algunos aún creen en la viabilidad de utopías hippies modernas.




    Ambos creadores se unieron en 2002 para darle una vuelta de tuerca al subgénero de terror zombi, creado por George A. Romero (Night of the Living Dead, 1968) cuyas películas no habían tenido gran repercusión desde la década del 80. Boyle y Garland lo lograron con 28 Days Later, una película que no solo transformó la narrativa de muertos vivientes a infectados, sino que también reemplazó la amenaza lenta y comecerebros por figuras rápidas y violentas, que miran con ojos rojos de rabia e infectan mordiendo y vomitando sangre.


    La historia resultó impactante no solo por ese cambio crucial en la mitología del subgénero (para muchos, 2002 fue el evento canónico más importante desde 1968), sino también por imágenes memorables como la de Cillian Murphy, caminando desorientado por los alrededores desiertos del Big Ben, como un joven que despierta de un coma 28 días después de una epidemia(situación copiada en el inicio de la ahora referencial The Walking Dead) . Todo esto antes de los escenarios generados por pantalla verde, lo que hacía aún más perturbadora su ambientación.

    Además, su imagen en video fue arriesgada. A comienzos del nuevo milenio surgía el debate sobre si podía considerarse “cine” una película rodada digitalmente y no en celuloide. Se criticaba su grano, la aparente falta de profundidad y una iluminación inicial considerada deficiente. Sin embargo, en el caso de 28 Días Después, esto jugaba a su favor: la hacía lucir más real, casi como un documental o found footage.

    No es casual que, tras el estreno de esta película, surgiera una ola de cintas de infectados y zombies, como Dawn of the Dead (el remake del clásico de Romero dirigido por Zack Snyder) y Shaun of the Dead (la parodia/tributo de Edgar Wright) ambas de 2004. Incluso la española [Rec] (2007) combinó infectados con una estética found footage. El video, lejos de restarle fuerza, le otorgó una cualidad única: una visceralidad que esta nueva entrega ha buscado replicar con éxito grabando con iPhones.


    En definitiva, el legado de esta saga sigue más vigente que nunca en muchos aspectos. Basta con mirar la reciente y famosa serie basada en el videojuego The Last of Us, donde, superficialmente, el brote no es causado por un virus de rabia, sino por la mutación de un hongo. Sin embargo, en el fondo, la amenaza es la misma de siempre: la naturaleza humana. Homo homini lupus “el hombre es un lobo para el hombre”,  la frase con la que Thomas Hobbes ilustró, en su obra Leviatán, su concepción del ser humano en estado primitivo: una condición sin normas ni gobierno, donde el individuo actúa movido por el miedo, el deseo de dominar y la necesidad de protegerse, lo que desemboca inevitablemente en enfrentamientos y violencia.


    Todos estos elementos han sido abordados a lo largo de su filmografía por Alex Garland, escritor y guionista, que hoy también es un realizador destacado en los géneros de ciencia ficción (Ex Machina), dramas bélicos (Civil War) y, ahora, de forma provocadora e inesperada, en 28 Years Later: una película que, para muchos, sería el cierre de una trilogía y la conclusión de la historia iniciada por el personaje de Jim (Cillian Murphy) en la entrega de 2002. Pero termina siendo ni eso ni todo lo contrario, sino algo distinto que podrá gustar o no, pero que no dejará a nadie indiferente, un punto bisagra que unirá el pasado y futuro de la saga. 

    La historia no hace referencia a la entrega anterior, 28 Semanas Después, una película que mostraba al final una horda de infectados desatada en la Torre Eiffel, aludiendo a que el virus había alcanzado una dimensión mundial. Tampoco menciona aparentemente otra variación en la mitología planteada en ese argumento: la idea del “portador asintomático” tras una mordida, es decir, alguien infectado que no desarrolla síntomas pero que, en el caso de la secuela de Exterminio, puede transmitir la enfermedad. Algo que suena muy parecido a la situación de Ellie en The Last of Us, quien ha sido mordida, pero no sucumbe al hongo Cordyceps ni contagia a nadie más, lo que la convierte en la clave para una posible cura.

    ¿Coincidencia narrativa o préstamo creativo? Difícil asegurarlo, pero en un género saturado de zombis y epidemias, las ideas viajan como los virus: mutan, se adaptan y sobreviven. Tal vez Ellie no nació de 28 Weeks Later, pero ambas comparten la misma cepa de de apocalipsis... y esperanza.

    Otro concepto explorado tanto en la película 28 Semanas Después, como en la serie The Last of Us, The Walking Dead y la recién estrenada 28 Years Later, es la figura paterna. En 28 Semanas, todo comienza con una escena ya legendaria (lo mejor de esa película y de la saga en general): un hombre, al ver la imposibilidad de salvar a su esposa, decide escapar y sobrevivir. Robert Carlyle está impecable, un veterano de Trainspotting y The Beach, que, al reencontrarse con sus hijos y descubrir que su esposa sobrevivió y supuestamente no está “infectada”, se ve consumido por la culpa. Esto conduce a un beso mortal entre dos padres que terminan desencadenando una ola de contagios y muerte en una zona falsamente segura.




    Las figuras paternas son clave en esta saga y en las historias de zombis e infectados en general. Las dinámicas de recuperación del liderazgo entre Rick y Carl en The Walking Dead; el redescubrimiento y la conexión entre el padre y su pequeña en la película coreana Tren a Busan; Joel y el crimen que comete para salvar a Ellie, así como el espiral de violencia y venganza que esto desencadena en The Last of Us; e incluso Brendan Gleeson en 28 Days Later, renunciando a su hija para salvarla tras una fatídica gota de sangre que, al caer del pico de un cuervo, se aloja en sus ojos, sellando su destino. Todos ellos son hombres superados por las circunstancias, seres que, sin intención, marcan a sus hijos con heridas generacionales que estos deberán decidir si repetir o sanar.

    Ahora es el turno del arquero Jamie (Aaron Taylor-Johnson), quien, como parte de una iniciación precoz, debe llevar a su hijo Spike lejos de la seguridad de su comunidad —refugiada en la Isla Lindisfarne, o Isla Sagrada (célebre por sus monasterios, otrora saqueados por los vikingos)— para cumplir un rito ancestral: matar a un infectado y regresar antes de que suba la marea. Se trata de una isla mareal, conectada al continente por una lengua de tierra que queda sumergida bajo el agua al final del día.

    A partir de allí, la historia plantea un mundo fracturado. Por un lado, la mayor parte del planeta vive libre de la amenaza del virus de la rabia, tras contener a los infectados dentro del Reino Unido mediante vigilancia marítima y militar. Por otro, los propios infectados, que tras casi tres décadas han evolucionado —o, mejor dicho, involucionado—, perdiendo su humanidad hasta reducirse a lo más primario y salvaje: desde zombis casi inertes hasta sabandijas obesas que se arrastran por la tierra comiendo gusanos, pasando por una fuerza viva de rabia y brutalidad que lidera al resto, una suerte de amenaza alfa.

    A todo esto se suma una población anclada en un pasado de siglos atrás, donde no existe la tecnología, solo la supervivencia y los roles más básicos de una sociedad premoderna. Entre todas estas facciones emergen figuras misteriosas, anomalías y sorpresas que expanden los límites de lo que puede esperarse en este tipo de ficciones.

    La subversión de los clichés ocurre gracias a otra pieza fundamental dentro de esta mitología, junto a la de los infectados: las figuras paternas, la sociedad en su forma más depredadora disfrazada de supervivencia, los cultos que buscan respuestas místicas al infierno en la Tierra. No es casual que, en Dawn of the Dead (1978), los zombis se justifiquen con una línea que parece salida de las Escrituras: “Cuando no quede sitio en el infierno, los muertos caminarán sobre la Tierra”. Pero aquí hablo de otra figura clave: el niño, o más bien, el final de la inocencia.



    28 Años Después gira en torno a tres niños o “inocentes”. Al inicio, vemos cómo, cuando el virus se desata, un niño llamado Jimmy, mientras ve los Teletubbies con otros pequeños, es atacado por su propia familia infectada. Termina escapando, sosteniendo una cruz invertida, hasta refugiarse en una iglesia donde un sacerdote proclama, entre gozo, sangre y locura, que ha llegado el día del juicio, rodeado de infectados. Jimmy se oculta, y no sabremos su paradero ni destino hasta mucho después.


    Spike, por su parte, es el corazón emocional de la historia. Se encuentra en ese momento crucial en que descubre que sus padres no son seres omnipotentes, sino humanos frágiles intentando cuidar a otro sin saber muy bien cómo. Un niño que empieza a hacerse hombre al perseguir un deseo primario: salvar a su madre, aunque eso le cueste la vida.

    Y por último, un bebé nacido en las circunstancias más imposibles: vida a partir de la muerte, en medio de un templo de huesos. Como recita un genial Ralph Fiennes: “Memento mori, memento amare” —recuerda que morirás, recuerda amar—.






    Comencé hablando de la importancia de que las películas se arriesguen a equivocarse, porque eso es más valioso que el simple afán de convertirse en “obras maestras” —algo que ocurre en muy contadas ocasiones— o en contenido genérico, hecho para consumirse en plataformas de streaming como música de fondo en una llamada de espera. Cuando se arriesgan, la mayoría de las veces no aciertan: el resultado suele quedar como un experimento que se agradece y luego se olvida. Pero en esos pocos, cruciales casos, lo consiguen: trascienden, abren caminos, marcan tendencias y se convierten en cine de culto o en clásicos instantáneos.

    Esta película, 28 Años Después, no es ni lo uno ni lo otro. Como su lugar dentro de la saga, es un punto medio. Comienza de una forma y uno cree que será como las historias que inspiró la entrega original, pero logra desviarse y convertirse en algo distinto, algo que, incluso al final, no se deja atrapar ni se explica del todo.


    Alegorías y metáforas conviven con coincidencias que parecen predestinadas, como el uso del poema “Boots”, compuesto por Rudyard Kipling en 1902, incluido en el tráiler promocional por decisión del equipo de marketing. El poema encajó sorprendentemente con la historia gracias a su tono monótono, repetitivo y macabro, y terminó siendo parte del score de la propia película. La yuxtaposición de los Teletubbies —símbolo de la inocencia anterior a la barbarie— con personajes de comportamientos propios de La naranja mecánica; la purificación después de la muerte, con huesos limpiados y alzados como monolitos construidos por infectados y humanos por igual… todo eso genera imágenes que pueden desconcertar, que no siempre tienen sentido lógico, que a veces rozan lo absurdo. Pero aun así invitan a pensar, a imaginar qué podría venir después.

    Y solo por eso, ya es valiosa: porque en un tiempo en que el cine se ha convertido en un alimento premasticado, diseñado para ser un vídeo viral más en redes sociales, 28 Años Después se atreve a proponer otra cosa. Y aunque no siempre acierte, al menos lo aspira.









lunes, 21 de abril de 2025

Naturaleza y viceversa


    La emboscada estaba lista, cuando una niña de ojos negros y redondos, disfrazó un agujero inmenso con una manta agujereada, cubierta con hojas secas y amarillas, en el rincón más recóndito de un bosque exiliado de los cuentos de hadas, rico en aire áspero y árboles de brazos amputados, pero en esa tarde en contraste no había nubes con tonos grisáceos, no le antojaba lo tenebroso a tan lúgubre escenario.

 -       Gaviota, gaviota, ven que la merienda se te enfría (repetía con malicia Coni, cazadora incansable de águilas y lo real en fantasías)  

    Justo después de arrancarle la aguja a su brújula, Coni colocó sobre la trampa la carnada, se trataba de un oruga que imploraba ser capullo, con la condición de convertirse en una mariposa esclava, pero más pudo, las ganas de tener como mascota a una gaviota; lástima, pensó de inmediato la niña con sonrisa de estrella por la mañana, cuando su presa cayó tras aterrizar en una pequeña sabana.

    Sus alas sorprendidas no se agitaban a diferencia de otras tornasoladas, y es que para su sorpresa, el señuelo cumplió su trabajo pero sin ser alimento, ya que escapó luego, como una mariposa que dejó de arrastrarse para volar en ráfagas. 

 -   Tengo que tener esa mariposa, qué fácil le ganó a mi gaviota (la niña quedó boquiabierta, mientras observaba al águila que creía gaviota, todavía atrapada con retazos de tela blanca, en lo profundo de una excavación de dedos pequeños sin picos ni palas) 

    Dos osos con insomnio vieron perplejos a una pequeña exploradora correr, con la inocencia de que nunca conspiraría contra ella.  Sus pies, al cambiar de lugar la punta de las flechas, ir hacia adelante era el norte de la parte posterior a su cabeza.

 -    Yo no se nadar…   Parada sobre el agua las leyes de gravedad tomaron vacaciones de verano, pues sin ser hielo nunca se hundió su cuerpo; alivio inusitado, cuando sin preverlo se detuvo al dejar atrás la orilla de un arroyo. La mariposa no se cansaba de ser bromista y de revolotear justo a la mitad de aquel suelo acuoso, pero sus bromas la hicieron a ella víctima, por descuidada Coni pudo atraparla. 

 -     Te lo dije,  porque por las buenas no me acompañas… (aseguraba la picara chica antes de que la invadiera una letal tristeza, la mariposa tenía las alas rotas, porque ella, la había inmovilizado con una fuerza no propia para sus diminutas manos, cuyas palmas sin rayas mostraban vergüenza) 


-Por fa cambia de color mariposa, y dejaré que te vayas libre a otro lado. 

    Las partículas que conformaban el vaivén que ella pisaba, ascendían como lágrimas que regresan  a una melancólica mirada, alimento para nubes enfermas de glotonería, eran cada una de las gotas que se elevaban junto a Coni y una mariposa adormecida. La pequeña atravesó el techo de algodón como cruzando una pared que separaba dos cuartos, y dejó de subir para comenzar a caer hasta sumergirse en un océano sin islas prestas a naufragios. Antes del segundo en que tocaría la tierra de sirenas, la mitad de un hombre emergió de la arena que en el fondo se mantiene seca, él gritó y muchas burbujas se conjugaron en solo una, la cual le abrió sus puertas, esas que se despidieron de su transparencia con una tonta excusa, jugar a lucir desde afuera como una luna llena, y en consecuencia, Coni sobrevolaba junto a su nueva mascota en coma por ahora el fastuoso mar, iluminando como un faro a barcos extraviados a punto de encallar; pero cuatro fantásticas bestias de lo más horrendas lanzaron contra ellas una lanza que no jugaría a la inversa, esta vez, las cosas seguirían el orden de la naturaleza, y luego de que estallara una esfera, la niña exploradora y su mariposa tendría que descender no hacía un bosque, sino directo a los que esconde una selva que si cree en el pánico de noche. 


 -       Jajajajajajajajaja, creo que no solo hemos atrapado la cena sino un buen molde para una muñeca de cera (gruñía una de las criaturas que había capturado a la niña, sus palabras viajaban en un hedor putrefacto, pero Coni nunca reflejo miedo, lo cual no la hacía lucir del todo inofensiva) 

-       Ustedes suenan como columpios oxidados (ella comenzó a palpar con travesura los ojos gelatinosos de quien la sujetaba haciendo muecas inexpertas) ¿saben que parecen?, ¿a que no adivinan?.... ¿no?, huelen a montaña rusa. 

    El rechinar de uno de los brazos enmarañados de aquellos villanos al descubierto, desencadenaron una avalancha de infantiles carcajadas, contagiosas al extremo, de incluir en la burla a los otros monstruos, luego furiosos, por quedar como un cuarteto de tontos que aspiran provocar sustos. Alguien salió de unos matorrales que antes bien pudieron no haber existido, se trataba de un chico que empujó a los captores poco amenazantes, averiando cada uno de los dispositivos que le daban vida a varios mecanismos.   

-       No tienes que agradecerme, da igual ser débil o héroe, son tan patéticos, tienen desde hace mucho esos trajes de animales parlantes y pretenden no hacerles mantenimiento, son solo huesos(alguien le dijo al oído a Coni) 

    Ella no podía ver sus ojos pues él tenía unos lentes negros y cuadrados, y además, su piel y cabellos estaban untados en barro, algunos pedazos limpios bien pudieron mostrar  carne, pero por el contrario, era una suerte de vidrio. Ambos niños se destornillaron de la risa, viendo dos pares de cráneos hacerlo literalmente del resto de su esqueleto, cayendo al desmembrarse sus disfraces, los cuales, no eran más ni menos que pieles artificiales con articulaciones de falso acero inoxidable, corroídas a falta de grasa  y sus voces eran grabaciones de un disco rayado, que repetía en breves lapsos frases espeluznantes como “de esta no te salvas, de, de, de, de esta no te, no te, de esta no te salvas”, al unísono en algunos engranajes, rodaban dirigiéndose hacia un torbellino de arena a relativo espacio de distancia.    

  -       ¿ Y tú cómo te llamas?, mi nombre es Coni y esta es mi mascota, era una oruga pero ahora es una gaviota (el niño embestido en lodo sonreía al ver a la aporreada mariposa) 

-       Soy incógnito, un amigo imaginario desempleado, hace un rato estaba ayudando a un detective a hacer un retrato hablado, la historia es larga, pero en resumen tuve que renunciar a mi último trabajo, fue lo más lógico, siete de mis compañeros de trabajo no dejaron ni rastro, pero ese niño… no puede ser tan malo después de haberme dado un regalo (abrió la mano y el chico de lentes cuadrados le mostró a Coni un avión de aluminio arrugado demasiado) hay que ser precavido, nunca se tiene demasiado cuidado con los extraños. 

-       No quiero ser una mirona quitadora, eso es casi tan malo como ser una dadora pedidora, o recibidora devolvedora, pero… sería mucho pedir si me dejas romper tu avión, es para una buena causa (Incógnito se apiadó de la pequeña y le cedió el obsequió del niño desaparecedor) 

    El avión de papel plateado regresó a su estado natural antes de ser roto en pedazos, y así, los fragmentos que fueron fuselaje blindaron las alas rotas de la mariposa en coma por ahora. Sorpresa de esas que no lo son en esencia, pues se esperan, traslució del rostro rosa de nuestra cazadora, al tiempo en que su gaviota, dejó de ver las manos de Coni como una cama solitaria de hospital, para sacarle provecho a una plataforma de despegue potencial.  

-      Coni eres tremenda enfermera, pero te falta prudencia, requisito indispensable para ganarte como yo la merienda, mira, no hay advertencias luminosas, pero donde vuela tu gaviota, es una cortina de tierra de lo más embaucadora (el torbellino de arena que se tragó algunas de las piezas de las calaveras recubiertas, succionó sin condescendencia a la mariposa en plena recuperación)- no quiero rendir más declaraciones por desapariciones. 

    Las alas de la damisela aérea eligieron un color y dieron fin a su vistoso tornasol, un verde esmeralda se apreciaba a través de cada grano de polvo que se agitaba, y a Coni, la sedujo una esperanza, sin temor ni valentía, solo instinto de poder ser amiga de una gaviota sana y salva. En el interior de un ciclón con hastió a ser peligroso, cada movimiento se mantenía en cautiverio, tanto la pequeña y su compañero incógnito, emulaban a las alas entablillabas con aluminio que se detuvieron, pero uno del trío, perdió sus facciones sin ansias a ser anónimo, fango seco que se volvía giratorio y el niño imaginario, invisible e ileso,  atravesó el ciclón para colocarse sus lentes cuadrados y negros de nuevo. 


-       Es un reloj de manecillas rotas y números gastados, allí tiene quietud el ahora, y si me acompañas se prolonga tu pasado, no creas que soy sabio, solo repito lo que talló un quien diría en este árbol amputado(confesó Incógnito cerca de restos de pacíficos esqueletos, señalando  una placa vegetal, donde unas palabras indicaban la manera adecuada, de usar aquella tormenta de arena) - sabes que por pequeño no se me permite serlo, sabio me refiero, uhmm… (un risa infecta de sarcasmo, le regaló Incógnito a la arqueóloga, que compartía sus pensamientos dichos en silencio) - y si sigues caminando con tu ruta contradictoria, el futuro es de cada uno de tus planes, el reverso (parte de la cara de Coni salió al otro extremo de la arena que rotaba, sus gestos eran viejos y un próximo regreso se avecinaba) así que solo te queda el techo, sí te fijas es como un ojo de viento,  es la única vía que las instrucciones nunca explican, sí me lo preguntas, siempre es algo bueno. 

    La gaviota la incitó a emprender el vuelo, ambas juntas en suspiros huracanados, al ritmo de giros que poco a poco las iban fusionando, en ausencia de ambición al turbulento tornasol, brotaban de la espalda de que aquella niña de mejillas coloradas  alas de color esmeralda,  y así, sencillo para las dos, pero complicado para osos con ojos rojos, surcaron una vez más la barricadas de algodón, siendo deleite a curiosos.







domingo, 13 de abril de 2025

Alma, el deseo entre formatos


    Abro los ojos de nuevo sin necesidad del despertador, y ahora que lo pienso,  lo coloco por necesidad de un plan alternativo, que muchas veces nunca necesito. Piccolo con sus patas me golpea antes de ladrar para que demos la primera vuelta del día. Los días son un bucle en el que solo sientes el paso del tiempo por el cambio de estación y lo que eso implica. Tomo mi café tipo intenso sin azúcar, antes de terminar de ver la película algoritmo que puse para tener de fondo mientras revisaba el celular antes de dormir. Me visto rápido y voy a la estación de subte para ir al trabajo antes que la mayoría, detesto ir como sardina en lata, prefiero madrugar y tener asiento en el vagón y no estar a merced de cualquier accidente que me cause retraso, casi una locomocion en piloto automático.   

Pasan las horas en mi trabajo en una tienda de ropa de caballeros, fingiendo que me interesa que color de corbata le queda mejor a algún cliente a quien le sostengo su opciones de camisa, del otro lado de la cortina de un probador. Se siente que aún no termina el verano, hay olores que delatan a quien tiene problemas para algo tan básico como tomar un baño. 



    Es la hora de salida y hoy me toca cerrar la tienda. Se me dificulta más de lo acostumbrado bajar la persiana metálica del local. Ya ni me estreso, es mejor, 30 minutos de más o de menos, hace gran diferencia en las horas picos, menos gente en la estación. Comienza a llover y camino observando los adoquines mojados evitando caer en un charco profundo y empapar mis zapatos. Veo un carnet plastificado de Blockbuster y no lo puedo creer, hace años que no tenía uno de esos en mis manos.

Recuerdo que hay un videoclub abandonado en un local cuyo dueño quizás por la maldición de algún cinéfilo nunca pudo arrendar a nadie más. La lluvia no es tormenta ni llovizna, así que sigo, no olvido mi cautela pero tiene caso volver a casa, pues no puedo bajar a pasear a mi perro dalmata. Camino cuatro cuadras y lo consigo, entro a donde por muchos años fue mi happy place (en un tiempo sin celulares inteligentes, solo aquellos bloques para llamar o enviar mensajes) un lugar decorado con afiches decolorados o arrancados, Estantes vacíos, mucho polvo y sonido de bichos que se arrastran en la oscuridad y es mejor ni iluminar.  

    En el mostrador solo unas monedas, un teclado de computadora vieja y una base para televisión culona. Espera, hay algo más, debajo de recibos de servicios por pagar hay una cinta de vhs con una etiqueta escrita en marcador negro: Alma, la tomo y salgo corriendo como quien acaba de robar.



Llego a casa ya había parado de llover, bajo a Piccolo y le cuento con entusiasmo lo más divertido que me había pasado desde que lo había rescatado a él. Obviamente ni se entera pero igual da vueltas, salta y babea cuando le hablo así que cumple la función. Después de un buen baño me lanzo en el sofa con mi VHS pensando dónde demonios podría reproducirlo; es raro hoy preguntarse eso cuando tu universo es reproducible en cualquier teléfono. 

        Recuerdo a mi vecino del tercero, un señor mayor que se que es cinéfilo pues siempre me habla del Padrino o los Freaks (una película bien bizarra de los años 30 que se desarrolla entre fenómenos de un circo) tocó a su puerta con vhs en mano y sin nada pensado como excusa solo le muestro la cinta y el obviamente extrañado y a la vez feliz por esa visita sorpresa me abre su puerta.

Me comía las uñas y la piel alrededor de ellas mientras el me habla de cosas que no me interesan, me sirve un fernet con coca y la cosa mejora. En efecto él tiene un reproductor vhs y coloca lo que sea que encontré en el videoclub abandonado. Después que le da play comienzo a pensar en la posibilidad que fuese justo una porno y lo curiosa e incómoda que resultaría la situación. 

La pantalla se pone azul y luego aparecen imágenes indescifrables con esa resolución de video analógico que cualquiera nacido después de los 2000 no entendería cómo alguien podría hallar aquello nítido. Solo veíamos distorsión sin sonido hasta que el señor Armando se levanta a ajustar el tracking de su reproductor y logra estabilizar la imagen en su televisor. 


        Aparecen sin créditos iniciales un hombre de 42 años caminando junto a una mujer en el Cementerio de Recoleta en medio de un mar de turistas que tomaban fotografías a los mausoleos y sus estatuas. Ellos se escabullen entre los corredores y se detienen a leer epitafios hasta que ya cansados, se sentaron y al saberse solos en aquel silencio se besan.

    Sus labios sincronizados liberaron a sus lenguas hambrientas que bailan tango, el hombre se percata que es evidente su excitación en su abultado jeans ya casi completamente encarpado y la mujer se sonreía con malicia, limpiando su labial corrido ahora en la boca de ambos. Lo mira a él y a la cámara antes de hacer un guiño, como rompiendo la cuarta pared, en la supuesta película que yo veo junto al señor Armando. Los dos también nos vimos, él consternado y yo con ansiedad paradójica. Parece que ella le hará un oral al hombre en esa erótica película con estética y producción para nada pornográfica. El señor Armando nervioso presiona el control remoto y la cinta se comienza a rebobinar, cosa que al parecer es un pecado mortal en ese aparato. Los cabezales del reproductor de vhs se comen la cinta y hasta ahí llegó nuestra función de medianoche. 

    No puedo recordar el rostro de la mujer del vídeo pero si la sensación que me produce cuando la pienso, es como un escalofrío bueno, como una caricia en el lugar justo, la piel erizada y no un no sé qué placentero, como de viernes de pago.

    Abro los ojos, paseo a Piccolo, hago el desayuno y disfruto mi café negro. Veo las luces por la ventana del vagón del subte en movimiento, como líneas que en su caligrafía escriben algo en un idioma que no entiendo. Pasan los días, y ahora me encuentro en otro lugar aprendiendo un oficio nuevo. Quiebro catalizadores de autos usados dentro de un galpón prácticamente vacío, un espacio polvoriento y sin color, en contraste a los colores de otoño que decoran el exterior que puedo apreciar gracias a las ventanas; clasificó chatarra electrónica y desarmo artefactos viejos para separar sus partes para su posterior reciclaje. Martillo, destornillo y gracias a la práctica y memoria muscular, mi torpeza se vuelve destreza robótica y mente una computadora en stand by. 

    Escucho música de Enanitos Verdes y podcasts de cine, marketing, adiestramiento de mascotas o crecimiento personal. Abro los ojos, paseo a Piccolo, hago el desayuno, voy al trabajo, cumplo horario, almuerzo, no dejo nada pendiente, vuelvo a casa, ahora caminando (mi nuevo laburo me queda a 10 minutos de distancia) preparó una cena con lo que me queda en la nevera y me lanzo al sofá alternando mi atención entre alguna serie genérica y mi celular en un infinito scroll.  

    Piccolo me saca del trance y me obliga a jugar a tirarle una pelota, se acuesta patas arriba esperando una caricia en su panza quejándose por las tragedias y responsabilidades en su vida perruna. Abro un reproductor dvd para sacar su placa electrónica y separar el plástico del cobre, pero me detengo cuando veo un disco dvd blanco con una palabra escrita en marcador negro: Alma. Finjo tranquilidad pero estoy emocionado bajo mi tapaboca y mis lentes de seguridad. Se que mi jefe me observa desde las cámaras así que con tranquilidad tiro el disco entre las cosas que están para desechar. 

    Cuento las horas hasta que es momento de limpiar mi área de trabajo, como puedo aprovechando un punto ciego, aparto el DVD y lo meto en mi buzo. Regreso a casa emocionado y saco un dvd que había “rescatado” entre los desechos que compran en mi trabajo. Me froto las manos, agarro mi taza de té caliente con limón y miel, hace bastante frío y coloco el disco en la bandeja del aparato y presiono Play en el tablero. 

    La escena era otra, la mujer cuyo nombre asumo que es Alma estaba acostada sobre la grama bajo una noche estrellada, a su lado el mismo hombre del vídeo en el cementerio, la toma por el cuello y la besaba. Ella se pone encima de él luego de quitarse la parte de abajo mientras él hace lo mismo. Mi imaginación me permitió ver la luna llena en el patio trasero de la casa en la que sucede esa escena, y ser yo quien le hace el amor a Alma. Siento su humedad deslizándose en mi pene, su piel que hierve calentando las yemas de mis dedos y cierro los ojos absorto en la relatividad de un minuto cuando es de gozo. 

     Siento desasosiego cuando la imagen se pixela hasta ser solo cuadros de colores entre vetas verdes. Saco estresado el dvd. No había notado que el disco se había golpeado y formado una burbuja de des laminado en un costado. Me culpe, pero tenerlo de forma clandestina era la única manera, mi jefe, es una rata miserable capaz de decirme que deje que el lo revise primero, para al final nunca hacerlo, ni darmelo, por su puesto. 




    De forma compulsiva desarmo artefactos, clasifico placas madre y arrojo procesadores con la misma fuerza que abro catalizadores de carro con una amoladora, cincel y martillo. Los días pasan y no vuelvo a encontrar ningún otro disco dvd, pen drive o de cualquier otro formato identificado con la palabra Alma. Estoy ansioso, una caja de Tic Tac color azul me dura 10 minutos, mientras las pastillas rojas ni las toco, paso de una pestaña a otra en el navegador y me irrita al extremo Piccolo si comienza a ladrar al despertarme.

    Es domingo y siento angustia como una depresión de que sea lunes. Incluso desvio las llamadas de whatsapp. Me estreso por estupideces como si se me quema el café u olvide comprar queso o pan para el desayuno. Necesito hacer ejercicio, pero en vez de eso entro en el agujero de conejo de buscar en youtube a Alma. Ni google o Chatgpt consiguen hallarla por mucho que describa las dos escenas de la película,  nada igual aparece.

    Envuelto como un tamal en mi edredón con una cerveza en la mano y una bolsa de Doritos en la otra, cansado de buscar qué ver en una aburrida tarde de invierno, a punto de volver a ver Breaking Bad de un tirón, la veo a ella, a Alma entre las sugerencias que me da la aplicación, así que con miedo de que se trate de una alucinación presiono ok en el control remoto.




    La imagen es un plano subjetivo, ella sonriendo a la cámara en mano, dando esa sensación de que quien la observa en pantalla, la acompaña debajo de esas sábanas, ella sonríe con cara de aún no haberse levantado, puedo ver sus piernas y casi puedo tocarlas, sobresale de unos shorts de algodón ese sexy bulto inferior, en que termina una pierna y  comienza una nalga, puedo ver, gracias a la luz del amanecer y la resolución llevado a lo casi real del 4K, los sutiles vellos de sus brazos, y tocar su suave espalda bajo una franelilla blanca.


    Es como un pájaro que antes de que salga de su jaula lo atrapo en el aire por última vez para meterlo entero en mi boca y luego soltarlo sin comerlo. La beso en el cuello, luego la muerdo y algo en su vientre duele de placer. La calefacción está encendida pero ya no es necesaria, mis dedos se resbalan, caricias que se deslizan entre el sudor mezclado de los dos. La penetro con mi lengua y ella más que gemidos, maulla como Gatubela. Una felina que devora mi pene jugueteando con él, como predador con su presa. Finalmente estoy sobre ella la sujeto por las muñecas y la penetro al ritmo de su respiración que se acelera y se ralentiza mientras con una de mis manos me sostengo y con la otra sujeto uno a uno sus pechos para disfrutarla por el momento que dure esto sea lo que sea que es.

    Ambos acabamos casi en simultáneo pero Alma quería un poco más, así que acto seguido se sube sobre mí y se frota entre nuestras partes y fluidos  hasta llegar a un segundo orgasmo. Es éxtasis puro ser testigo de sus desinhibiciones. Nos quedamos dormidos desnudos a medio arropar con un olor a sexo que impregaba a las paredes de una habitacion que se ocurece como un fade out. La oscuridad me invade de nuevo, despierto en mi sofá con mi boxer  víctima de un sueño húmedo. En vano es escribir Alma en algún buscador, escurridiza como siempre volvió a desaparecer.

    Camino por la ciudad en medio de un feriado soleado de primavera, los colores vivos de los árboles y los juguetes de niños que corren detrás de Piccolo cuando le lanza una pelota y me la trae de vuelta. Algunos me piden si pueden jugar con él a la pelota y los dejo siempre atento, pues Piccolo no es agresivo pero es muy agitado y fuerte y cualquier salto podría tumbarlos.


  Pienso en Alma, dudo si todo es solo producto de mi soledad o mi necesidad de conectar a ese nivel. Antes de volver a casa veo a una mujer como ella, leyendo el Principito  sentada en una banca. Antes era más fácil llenarse de valor y acercarse a conocer a alguien, pero ahora sin un previo contacto en cualquier aplicación, da paranoia parecer un acosador, o tal vez, sea el miedo al rechazo en el mundo real que se ha hecho más aterrador. La protección del anonimato o la proximidad de lo virtual en esta suerte de simulación. 

    Mi celular en horizontal es ahora mi televisión, absorto viendo tutoriales, vídeos de música o algún cómico short, intento cada cierto tiempo encontrarla en You Tube cuando voy en tren a Sao Paulo, hasta que me veo a mi mismo en un live de instagram, volteo a ver a todos lados, y no descubro quien me esta grabando. Una multitud me observa proyectado en una pantalla de cine, y yo los observo mientras ellos también lo hacen de vuelta, como una suerte de efecto droste, un bucle de la misma imagen dentro de sí misma.  

    La mujer de la banca ahora sentada en una butaca de cine me observa dueña de un tatuaje en su antebrazo, una rosa que levita protegida en una pequeña cúpula de cristal. Su mano está sumergida en un balde de palomitas de maíz, que saca para comer un bocado antes de tomar un sorbo de su refresco helado. Al parecer alguien a ella también la estaba grabando, pues mira directo a la cámara para sonreirle a Alma, cuyos ojos se iluminan con la luz que emanaban de alguna pantalla.  

René Rodríguez Roque 




El ego persigue la perfección 
como quien persigue un espejismo; 
no le interesa la verdad, 
solo el reflejo pulido 
que otros puedan admirar. 
El alma, en cambio, 
elige la desnudez de lo auténtico,
aunque eso signifique caminar sola, 
aunque eso signifique no ser comprendida.

En un mundo de apariencias, 
ser alma es un acto de valentía y rebeldía total.

Atrévete a ser lo que eres.

Maria A Ocando