domingo, 13 de abril de 2025

Alma, el deseo entre formatos


    Abro los ojos de nuevo sin necesidad del despertador, y ahora que lo pienso,  lo coloco por necesidad de un plan alternativo, que muchas veces nunca necesito. Piccolo con sus patas me golpea antes de ladrar para que demos la primera vuelta del día. Los días son un bucle en el que solo sientes el paso del tiempo por el cambio de estación y lo que eso implica. Tomo mi café tipo intenso sin azúcar, antes de terminar de ver la película algoritmo que puse para tener de fondo mientras revisaba el celular antes de dormir. Me visto rápido y voy a la estación de subte para ir al trabajo antes que la mayoría, detesto ir como sardina en lata, prefiero madrugar y tener asiento en el vagón y no estar a merced de cualquier accidente que me cause retraso, casi una locomocion en piloto automático.   

Pasan las horas en mi trabajo en una tienda de ropa de caballeros, fingiendo que me interesa que color de corbata le queda mejor a algún cliente a quien le sostengo su opciones de camisa, del otro lado de la cortina de un probador. Se siente que aún no termina el verano, hay olores que delatan a quien tiene problemas para algo tan básico como tomar un baño. 



    Es la hora de salida y hoy me toca cerrar la tienda. Se me dificulta más de lo acostumbrado bajar la persiana metálica del local. Ya ni me estreso, es mejor, 30 minutos de más o de menos, hace gran diferencia en las horas picos, menos gente en la estación. Comienza a llover y camino observando los adoquines mojados evitando caer en un charco profundo y empapar mis zapatos. Veo un carnet plastificado de Blockbuster y no lo puedo creer, hace años que no tenía uno de esos en mis manos.

Recuerdo que hay un videoclub abandonado en un local cuyo dueño quizás por la maldición de algún cinéfilo nunca pudo arrendar a nadie más. La lluvia no es tormenta ni llovizna, así que sigo, no olvido mi cautela pero tiene caso volver a casa, pues no puedo bajar a pasear a mi perro dalmata. Camino cuatro cuadras y lo consigo, entro a donde por muchos años fue mi happy place (en un tiempo sin celulares inteligentes, solo aquellos bloques para llamar o enviar mensajes) un lugar decorado con afiches decolorados o arrancados, Estantes vacíos, mucho polvo y sonido de bichos que se arrastran en la oscuridad y es mejor ni iluminar.  

    En el mostrador solo unas monedas, un teclado de computadora vieja y una base para televisión culona. Espera, hay algo más, debajo de recibos de servicios por pagar hay una cinta de vhs con una etiqueta escrita en marcador negro: Alma, la tomo y salgo corriendo como quien acaba de robar.



Llego a casa ya había parado de llover, bajo a Piccolo y le cuento con entusiasmo lo más divertido que me había pasado desde que lo había rescatado a él. Obviamente ni se entera pero igual da vueltas, salta y babea cuando le hablo así que cumple la función. Después de un buen baño me lanzo en el sofa con mi VHS pensando dónde demonios podría reproducirlo; es raro hoy preguntarse eso cuando tu universo es reproducible en cualquier teléfono. 

        Recuerdo a mi vecino del tercero, un señor mayor que se que es cinéfilo pues siempre me habla del Padrino o los Freaks (una película bien bizarra de los años 30 que se desarrolla entre fenómenos de un circo) tocó a su puerta con vhs en mano y sin nada pensado como excusa solo le muestro la cinta y el obviamente extrañado y a la vez feliz por esa visita sorpresa me abre su puerta.

Me comía las uñas y la piel alrededor de ellas mientras el me habla de cosas que no me interesan, me sirve un fernet con coca y la cosa mejora. En efecto él tiene un reproductor vhs y coloca lo que sea que encontré en el videoclub abandonado. Después que le da play comienzo a pensar en la posibilidad que fuese justo una porno y lo curiosa e incómoda que resultaría la situación. 

La pantalla se pone azul y luego aparecen imágenes indescifrables con esa resolución de video analógico que cualquiera nacido después de los 2000 no entendería cómo alguien podría hallar aquello nítido. Solo veíamos distorsión sin sonido hasta que el señor Armando se levanta a ajustar el tracking de su reproductor y logra estabilizar la imagen en su televisor. 


        Aparecen sin créditos iniciales un hombre de 42 años caminando junto a una mujer en el Cementerio de Recoleta en medio de un mar de turistas que tomaban fotografías a los mausoleos y sus estatuas. Ellos se escabullen entre los corredores y se detienen a leer epitafios hasta que ya cansados, se sentaron y al saberse solos en aquel silencio se besan.

    Sus labios sincronizados liberaron a sus lenguas hambrientas que bailan tango, el hombre se percata que es evidente su excitación en su abultado jeans ya casi completamente encarpado y la mujer se sonreía con malicia, limpiando su labial corrido ahora en la boca de ambos. Lo mira a él y a la cámara antes de hacer un guiño, como rompiendo la cuarta pared, en la supuesta película que yo veo junto al señor Armando. Los dos también nos vimos, él consternado y yo con ansiedad paradójica. Parece que ella le hará un oral al hombre en esa erótica película con estética y producción para nada pornográfica. El señor Armando nervioso presiona el control remoto y la cinta se comienza a rebobinar, cosa que al parecer es un pecado mortal en ese aparato. Los cabezales del reproductor de vhs se comen la cinta y hasta ahí llegó nuestra función de medianoche. 

    No puedo recordar el rostro de la mujer del vídeo pero si la sensación que me produce cuando la pienso, es como un escalofrío bueno, como una caricia en el lugar justo, la piel erizada y no un no sé qué placentero, como de viernes de pago.

    Abro los ojos, paseo a Piccolo, hago el desayuno y disfruto mi café negro. Veo las luces por la ventana del vagón del subte en movimiento, como líneas que en su caligrafía escriben algo en un idioma que no entiendo. Pasan los días, y ahora me encuentro en otro lugar aprendiendo un oficio nuevo. Quiebro catalizadores de autos usados dentro de un galpón prácticamente vacío, un espacio polvoriento y sin color, en contraste a los colores de otoño que decoran el exterior que puedo apreciar gracias a las ventanas; clasificó chatarra electrónica y desarmo artefactos viejos para separar sus partes para su posterior reciclaje. Martillo, destornillo y gracias a la práctica y memoria muscular, mi torpeza se vuelve destreza robótica y mente una computadora en stand by. 

    Escucho música de Enanitos Verdes y podcasts de cine, marketing, adiestramiento de mascotas o crecimiento personal. Abro los ojos, paseo a Piccolo, hago el desayuno, voy al trabajo, cumplo horario, almuerzo, no dejo nada pendiente, vuelvo a casa, ahora caminando (mi nuevo laburo me queda a 10 minutos de distancia) preparó una cena con lo que me queda en la nevera y me lanzo al sofá alternando mi atención entre alguna serie genérica y mi celular en un infinito scroll.  

    Piccolo me saca del trance y me obliga a jugar a tirarle una pelota, se acuesta patas arriba esperando una caricia en su panza quejándose por las tragedias y responsabilidades en su vida perruna. Abro un reproductor dvd para sacar su placa electrónica y separar el plástico del cobre, pero me detengo cuando veo un disco dvd blanco con una palabra escrita en marcador negro: Alma. Finjo tranquilidad pero estoy emocionado bajo mi tapaboca y mis lentes de seguridad. Se que mi jefe me observa desde las cámaras así que con tranquilidad tiro el disco entre las cosas que están para desechar. 

    Cuento las horas hasta que es momento de limpiar mi área de trabajo, como puedo aprovechando un punto ciego, aparto el DVD y lo meto en mi buzo. Regreso a casa emocionado y saco un dvd que había “rescatado” entre los desechos que compran en mi trabajo. Me froto las manos, agarro mi taza de té caliente con limón y miel, hace bastante frío y coloco el disco en la bandeja del aparato y presiono Play en el tablero. 

    La escena era otra, la mujer cuyo nombre asumo que es Alma estaba acostada sobre la grama bajo una noche estrellada, a su lado el mismo hombre del vídeo en el cementerio, la toma por el cuello y la besaba. Ella se pone encima de él luego de quitarse la parte de abajo mientras él hace lo mismo. Mi imaginación me permitió ver la luna llena en el patio trasero de la casa en la que sucede esa escena, y ser yo quien le hace el amor a Alma. Siento su humedad deslizándose en mi pene, su piel que hierve calentando las yemas de mis dedos y cierro los ojos absorto en la relatividad de un minuto cuando es de gozo. 

     Siento desasosiego cuando la imagen se pixela hasta ser solo cuadros de colores entre vetas verdes. Saco estresado el dvd. No había notado que el disco se había golpeado y formado una burbuja de des laminado en un costado. Me culpe, pero tenerlo de forma clandestina era la única manera, mi jefe, es una rata miserable capaz de decirme que deje que el lo revise primero, para al final nunca hacerlo, ni darmelo, por su puesto. 




    De forma compulsiva desarmo artefactos, clasifico placas madre y arrojo procesadores con la misma fuerza que abro catalizadores de carro con una amoladora, cincel y martillo. Los días pasan y no vuelvo a encontrar ningún otro disco dvd, pen drive o de cualquier otro formato identificado con la palabra Alma. Estoy ansioso, una caja de Tic Tac color azul me dura 10 minutos, mientras las pastillas rojas ni las toco, paso de una pestaña a otra en el navegador y me irrita al extremo Piccolo si comienza a ladrar al despertarme.

    Es domingo y siento angustia como una depresión de que sea lunes. Incluso desvio las llamadas de whatsapp. Me estreso por estupideces como si se me quema el café u olvide comprar queso o pan para el desayuno. Necesito hacer ejercicio, pero en vez de eso entro en el agujero de conejo de buscar en youtube a Alma. Ni google o Chatgpt consiguen hallarla por mucho que describa las dos escenas de la película,  nada igual aparece.

    Envuelto como un tamal en mi edredón con una cerveza en la mano y una bolsa de Doritos en la otra, cansado de buscar qué ver en una aburrida tarde de invierno, a punto de volver a ver Breaking Bad de un tirón, la veo a ella, a Alma entre las sugerencias que me da la aplicación, así que con miedo de que se trate de una alucinación presiono ok en el control remoto.




    La imagen es un plano subjetivo, ella sonriendo a la cámara en mano, dando esa sensación de que quien la observa en pantalla, la acompaña debajo de esas sábanas, ella sonríe con cara de aún no haberse levantado, puedo ver sus piernas y casi puedo tocarlas, sobresale de unos shorts de algodón ese sexy bulto inferior, en que termina una pierna y  comienza una nalga, puedo ver, gracias a la luz del amanecer y la resolución llevado a lo casi real del 4K, los sutiles vellos de sus brazos, y tocar su suave espalda bajo una franelilla blanca.


    Es como un pájaro que antes de que salga de su jaula lo atrapo en el aire por última vez para meterlo entero en mi boca y luego soltarlo sin comerlo. La beso en el cuello, luego la muerdo y algo en su vientre duele de placer. La calefacción está encendida pero ya no es necesaria, mis dedos se resbalan, caricias que se deslizan entre el sudor mezclado de los dos. La penetro con mi lengua y ella más que gemidos, maulla como Gatubela. Una felina que devora mi pene jugueteando con él, como predador con su presa. Finalmente estoy sobre ella la sujeto por las muñecas y la penetro al ritmo de su respiración que se acelera y se ralentiza mientras con una de mis manos me sostengo y con la otra sujeto uno a uno sus pechos para disfrutarla por el momento que dure esto sea lo que sea que es.

    Ambos acabamos casi en simultáneo pero Alma quería un poco más, así que acto seguido se sube sobre mí y se frota entre nuestras partes y fluidos  hasta llegar a un segundo orgasmo. Es éxtasis puro ser testigo de sus desinhibiciones. Nos quedamos dormidos desnudos a medio arropar con un olor a sexo que impregaba a las paredes de una habitacion que se ocurece como un fade out. La oscuridad me invade de nuevo, despierto en mi sofá con mi boxer  víctima de un sueño húmedo. En vano es escribir Alma en algún buscador, escurridiza como siempre volvió a desaparecer.

    Camino por la ciudad en medio de un feriado soleado de primavera, los colores vivos de los árboles y los juguetes de niños que corren detrás de Piccolo cuando le lanza una pelota y me la trae de vuelta. Algunos me piden si pueden jugar con él a la pelota y los dejo siempre atento, pues Piccolo no es agresivo pero es muy agitado y fuerte y cualquier salto podría tumbarlos.


  Pienso en Alma, dudo si todo es solo producto de mi soledad o mi necesidad de conectar a ese nivel. Antes de volver a casa veo a una mujer como ella, leyendo el Principito  sentada en una banca. Antes era más fácil llenarse de valor y acercarse a conocer a alguien, pero ahora sin un previo contacto en cualquier aplicación, da paranoia parecer un acosador, o tal vez, sea el miedo al rechazo en el mundo real que se ha hecho más aterrador. La protección del anonimato o la proximidad de lo virtual en esta suerte de simulación. 

    Mi celular en horizontal es ahora mi televisión, absorto viendo tutoriales, vídeos de música o algún cómico short, intento cada cierto tiempo encontrarla en You Tube cuando voy en tren a Sao Paulo, hasta que me veo a mi mismo en un live de instagram, volteo a ver a todos lados, y no descubro quien me esta grabando. Una multitud me observa proyectado en una pantalla de cine, y yo los observo mientras ellos también lo hacen de vuelta, como una suerte de efecto droste, un bucle de la misma imagen dentro de sí misma.  

    La mujer de la banca ahora sentada en una butaca de cine me observa dueña de un tatuaje en su antebrazo, una rosa que levita protegida en una pequeña cúpula de cristal. Su mano está sumergida en un balde de palomitas de maíz, que saca para comer un bocado antes de tomar un sorbo de su refresco helado. Al parecer alguien a ella también la estaba grabando, pues mira directo a la cámara para sonreirle a Alma, cuyos ojos se iluminan con la luz que emanaban de alguna pantalla.  

René Rodríguez Roque 




El ego persigue la perfección 
como quien persigue un espejismo; 
no le interesa la verdad, 
solo el reflejo pulido 
que otros puedan admirar. 
El alma, en cambio, 
elige la desnudez de lo auténtico,
aunque eso signifique caminar sola, 
aunque eso signifique no ser comprendida.

En un mundo de apariencias, 
ser alma es un acto de valentía y rebeldía total.

Atrévete a ser lo que eres.

Maria A Ocando





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