martes, 19 de agosto de 2025

Los inadaptados que nos enseñaron a ser adultos (o al menos a fingirlo)

 


     Ocho películas, un mismo fantasma: ¿qué pasa cuando la vida adulta llega con manual defectuoso?

    Sing Street, Wimbledon, Donnie Darko, Garden State, Wonder Boys, Apt Pupil, American Animals y Gossip parecen títulos que nunca compartirían mesa. Una es un musical coming-of-age, otra un romance tenístico olvidado, y otra un delirio de viajes temporales con un conejo siniestro. Pero míralas bien: todas son radiografías de gente fuera de lugar, personajes que sienten que el mundo fue diseñado por alguien más… y mal.




Lo interesante es que no hablan de héroes, sino de desajustados con más dudas que certezas. En Sing Street, el escape es armar una banda; en Donnie Darko, enfrentarse al apocalipsis personal con un disfraz de conejo psicótico; en Gossip, inventar un rumor que se les va de las manos. Son protagonistas que no conquistan, sino que patinan, tropiezan y a veces se hunden. Y ahí está el truco: nos representan más a nosotros que cualquier superhéroe de Marvel.





    Claro, algunos de estos experimentos salen mal. Muy mal. Apt Pupil y American Animals muestran cómo la curiosidad adolescente puede convertirse en veneno cuando se mezcla con poder, crueldad o la simple estupidez de creerse invencible. Son recordatorios de que el “quiero probar” no siempre termina en aprendizaje, a veces termina en cárcel, trauma o algo peor.





     Quizás lo que une a estos relatos no sea el género ni la época, sino la certeza incómoda de que la vida adulta es un experimento fallido. Son películas que desmontan la idea de estabilidad, que nos recuerdan que ser joven en los 2000 era vivir con una mezcla rara de ironía, apatía y pulsión por quemar etapas sin mirar atrás. No ofrecían héroes, ofrecían espejos torcidos, y tal vez por eso siguen siendo vigentes: porque aún nos reconocemos en ellos.




    Al final, ver hoy Sing Street, Donnie Darko o American Animals no es nostalgia, es arqueología emocional: abrir un cajón polvoriento y encontrar dentro no certezas, sino preguntas. Preguntas que incomodan porque siguen sin respuesta. Y ahí está el verdadero vínculo: estas películas no solo hablan de una generación perdida, hablan de la incomodidad eterna de ser humano en un mundo que nunca prometió encajar.







sábado, 9 de agosto de 2025

El terror al trono: Weapons y la década más incómoda del cine

 

Weapons Review 4/5 Rene R.R


El terror dejó de esconderse. De género olvidado a rey indiscutible de la taquilla, hoy vive su momento más brillante. Weapons lo demuestra: el “terror elevado” ya no es un título de moda, sino un cliché que aquí se rompe sin piedad.

No hay pretensión, solo miedo cercano. Ese que se cuela en tu casa, se sienta en tu cama y te acompaña cuando cierras los ojos. Historias tan próximas a lo que vivimos… y a lo que preferimos no enfrentar.






Cada década tuvo su monarca cinematográfico:

  • 70s: cine de autor y paranoia política.

  • 80s: blockbuster y fantasía escapista.

  • 90s: thriller y experimentación postmoderna.

  • 2000s: franquicias nacientes y remakes fáciles.

  • 2010s: superhéroes y multiversos.

    Hoy, el trono cambió de manos. El terror lo tomó con fuerza: propuestas originales, temas urgentes y apuestas visuales que parecen suicidios comerciales… hasta que revientan en taquilla.



    Ya no hablamos de monstruos con máscara, sino de los que nacen en lo más oscuro y humano: salud mental, abuso, duelo, soledad, trauma. Películas como Smile, Cuando Acecha la Maldad, The Substance y ahora Weapons no necesitan secuelas forzadas ni remakes número cien para ser relevantes. Se vuelven conversación. Se vuelven espejo.

    En Weapons, Zach Cregger (Barbarian) confirma que la voz autoral es la nueva sangre del género. Su propuesta combina la emocionalidad coral de Magnolia (Paul Thomas Anderson) con la tensión asfixiante de Prisoners (Denis Villeneuve), filtrada por un humor macabro que incomoda y fascina. El resultado: una narrativa que cambia el punto de vista y se atreve a cerrar con un giro final que no busca gustar, sino dejarte inquieto.

Ese es el nuevo poder del terror: incomodar para quedarse en tu cabeza.



En Weapons, Zach Cregger estructura el relato como un mosaico emocional donde cada personaje encarna una etapa distinta del duelo, revelando el verdadero núcleo de la historia: la pérdida y cómo se procesa. Justine (Julia Garner) es la Negación, atrapada en la imposibilidad de aceptar lo ocurrido; Archer (Josh Brolin) es la Ira, canalizando su dolor en una furia implacable; Marcus (Patrick Fischler), el director, representa la Negociación, intentando pactar con la realidad para evitar el derrumbe; Paul Morgan (Alden Ehrenreich) se hunde en la Depresión, reflejo de un mundo que se apaga; y Alex Lilly, el niño, es la Aceptación, enfrentando la verdad para permitir que el ciclo se cierre. Esta estructura convierte a Weapons en algo más que un thriller: es un retrato coral del duelo, filmado como un rompecabezas que solo se entiende al ver todas sus piezas.


    En definitiva, el género de terror ha aprendido en la última década a leer mejor las emociones y ansiedades colectivas, adaptando sus narrativas para tocar fibras más reales y actuales: desde el miedo a la soledad en la hiperconexión digital hasta el terror psicológico que se siente más cercano que cualquier monstruo ficticio. Esa capacidad de hablarle directamente a las inseguridades de la audiencia —sin perder el factor entretenimiento— ha hecho que hoy conecte con un espectro más amplio y diverso de espectadores. En contraste, el género de cómics, aunque visualmente imponente y lleno de nostalgia, ha tendido a repetir fórmulas y depender de universos ya conocidos, lo que en algunos casos ha generado fatiga en el público. El terror, en cambio, se está ganando la lealtad de quienes buscan historias frescas, emocionalmente intensas y con un reflejo más nítido de sus propios miedos contemporáneos.