En los tiempos actuales, en esta sociedad post pandemia marcada por redes sociales, deportaciones masivas e incluso guerras, todo parece haberse configurado según las burbujas algorítmicas: “productos” o “contenidos” diseñados para provocar reacciones binarias e hiperbólicas. Todo es bueno o malo, blanco o negro, lo mejor o lo peor. Pero ese no es el sentido del arte.
El cine, como creación colectiva, es la expresión de un artista que no teme equivocarse. Una película puede disfrutarse más allá de sus desaciertos, sobre todo cuando su autor —o en este caso, sus autores— crean sin miedo, desafiando las expectativas, generando reacciones, opiniones y discusiones.
Por todo esto, agradezco haber disfrutado —en mi templo, una sala de cine— de la última entrega de la saga de los no-zombis, aunque sí infectados, iniciada por Danny Boyle y Alex Garland en 2002 con la disruptiva 28 Days Later (conocida en Latinoamérica como Exterminio). Ahora regresa como el primer capítulo de una inesperada trilogía: la arriesgada 28 Years Later.
Su director, Danny Boyle, fue junto a David Fincher y las hermanas Wachowski, una inyección de adrenalina para el cine de los años 90, con una edición frenética muy influenciada por la estética de MTV, especialmente en Trainspotting (1996), una joya de culto. Los fans de Star Wars incluso debemos agradecerle a esa película haberle presentado a Ewan McGregor a George Lucas.
Por su parte, el nombre de Alex Garland se hizo conocido cuando su novela sobre una odisea mochilera existencialista fue adaptada al cine por Boyle y protagonizada por Leonardo DiCaprio en el año 2000 con la poco valorada The Beach. Una película que, pese a sus carencias, invito a revisar: tiene mucho que decir en estos tiempos donde todos vivimos atrapados en la pantalla de un celular, y algunos aún creen en la viabilidad de utopías hippies modernas.
Ambos creadores se unieron en 2002 para darle una vuelta de tuerca al subgénero de terror zombi, creado por George A. Romero (Night of the Living Dead, 1968) cuyas películas no habían tenido gran repercusión desde la década del 80. Boyle y Garland lo lograron con 28 Days Later, una película que no solo transformó la narrativa de muertos vivientes a infectados, sino que también reemplazó la amenaza lenta y comecerebros por figuras rápidas y violentas, que miran con ojos rojos de rabia e infectan mordiendo y vomitando sangre.
La historia resultó impactante no solo por ese cambio crucial en la mitología del subgénero (para muchos, 2002 fue el evento canónico más importante desde 1968), sino también por imágenes memorables como la de Cillian Murphy, caminando desorientado por los alrededores desiertos del Big Ben, como un joven que despierta de un coma 28 días después de una epidemia(situación copiada en el inicio de la ahora referencial The Walking Dead) . Todo esto antes de los escenarios generados por pantalla verde, lo que hacía aún más perturbadora su ambientación.
Además, su imagen en video fue arriesgada. A comienzos del nuevo milenio surgía el debate sobre si podía considerarse “cine” una película rodada digitalmente y no en celuloide. Se criticaba su grano, la aparente falta de profundidad y una iluminación inicial considerada deficiente. Sin embargo, en el caso de 28 Días Después, esto jugaba a su favor: la hacía lucir más real, casi como un documental o found footage.
No es casual que, tras el estreno de esta película, surgiera una ola de cintas de infectados y zombies, como Dawn of the Dead (el remake del clásico de Romero dirigido por Zack Snyder) y Shaun of the Dead (la parodia/tributo de Edgar Wright) ambas de 2004. Incluso la española [Rec] (2007) combinó infectados con una estética found footage. El video, lejos de restarle fuerza, le otorgó una cualidad única: una visceralidad que esta nueva entrega ha buscado replicar con éxito grabando con iPhones.
En definitiva, el legado de esta saga sigue más vigente que nunca en muchos aspectos. Basta con mirar la reciente y famosa serie basada en el videojuego The Last of Us, donde, superficialmente, el brote no es causado por un virus de rabia, sino por la mutación de un hongo. Sin embargo, en el fondo, la amenaza es la misma de siempre: la naturaleza humana. Homo homini lupus “el hombre es un lobo para el hombre”, la frase con la que Thomas Hobbes ilustró, en su obra Leviatán, su concepción del ser humano en estado primitivo: una condición sin normas ni gobierno, donde el individuo actúa movido por el miedo, el deseo de dominar y la necesidad de protegerse, lo que desemboca inevitablemente en enfrentamientos y violencia.
Todos estos elementos han sido abordados a lo largo de su filmografía por Alex Garland, escritor y guionista, que hoy también es un realizador destacado en los géneros de ciencia ficción (Ex Machina), dramas bélicos (Civil War) y, ahora, de forma provocadora e inesperada, en 28 Years Later: una película que, para muchos, sería el cierre de una trilogía y la conclusión de la historia iniciada por el personaje de Jim (Cillian Murphy) en la entrega de 2002. Pero termina siendo ni eso ni todo lo contrario, sino algo distinto que podrá gustar o no, pero que no dejará a nadie indiferente, un punto bisagra que unirá el pasado y futuro de la saga.
La historia no hace referencia a la entrega anterior, 28 Semanas Después, una película que mostraba al final una horda de infectados desatada en la Torre Eiffel, aludiendo a que el virus había alcanzado una dimensión mundial. Tampoco menciona aparentemente otra variación en la mitología planteada en ese argumento: la idea del “portador asintomático” tras una mordida, es decir, alguien infectado que no desarrolla síntomas pero que, en el caso de la secuela de Exterminio, puede transmitir la enfermedad. Algo que suena muy parecido a la situación de Ellie en The Last of Us, quien ha sido mordida, pero no sucumbe al hongo Cordyceps ni contagia a nadie más, lo que la convierte en la clave para una posible cura.
¿Coincidencia narrativa o préstamo creativo? Difícil asegurarlo, pero en un género saturado de zombis y epidemias, las ideas viajan como los virus: mutan, se adaptan y sobreviven. Tal vez Ellie no nació de 28 Weeks Later, pero ambas comparten la misma cepa de de apocalipsis... y esperanza.
Otro concepto explorado tanto en la película 28 Semanas Después, como en la serie The Last of Us, The Walking Dead y la recién estrenada 28 Years Later, es la figura paterna. En 28 Semanas, todo comienza con una escena ya legendaria (lo mejor de esa película y de la saga en general): un hombre, al ver la imposibilidad de salvar a su esposa, decide escapar y sobrevivir. Robert Carlyle está impecable, un veterano de Trainspotting y The Beach, que, al reencontrarse con sus hijos y descubrir que su esposa sobrevivió y supuestamente no está “infectada”, se ve consumido por la culpa. Esto conduce a un beso mortal entre dos padres que terminan desencadenando una ola de contagios y muerte en una zona falsamente segura.
Las figuras paternas son clave en esta saga y en las historias de zombis e infectados en general. Las dinámicas de recuperación del liderazgo entre Rick y Carl en The Walking Dead; el redescubrimiento y la conexión entre el padre y su pequeña en la película coreana Tren a Busan; Joel y el crimen que comete para salvar a Ellie, así como el espiral de violencia y venganza que esto desencadena en The Last of Us; e incluso Brendan Gleeson en 28 Days Later, renunciando a su hija para salvarla tras una fatídica gota de sangre que, al caer del pico de un cuervo, se aloja en sus ojos, sellando su destino. Todos ellos son hombres superados por las circunstancias, seres que, sin intención, marcan a sus hijos con heridas generacionales que estos deberán decidir si repetir o sanar.
Ahora es el turno del arquero Jamie (Aaron Taylor-Johnson), quien, como parte de una iniciación precoz, debe llevar a su hijo Spike lejos de la seguridad de su comunidad —refugiada en la Isla Lindisfarne, o Isla Sagrada (célebre por sus monasterios, otrora saqueados por los vikingos)— para cumplir un rito ancestral: matar a un infectado y regresar antes de que suba la marea. Se trata de una isla mareal, conectada al continente por una lengua de tierra que queda sumergida bajo el agua al final del día.
A partir de allí, la historia plantea un mundo fracturado. Por un lado, la mayor parte del planeta vive libre de la amenaza del virus de la rabia, tras contener a los infectados dentro del Reino Unido mediante vigilancia marítima y militar. Por otro, los propios infectados, que tras casi tres décadas han evolucionado —o, mejor dicho, involucionado—, perdiendo su humanidad hasta reducirse a lo más primario y salvaje: desde zombis casi inertes hasta sabandijas obesas que se arrastran por la tierra comiendo gusanos, pasando por una fuerza viva de rabia y brutalidad que lidera al resto, una suerte de amenaza alfa.
A todo esto se suma una población anclada en un pasado de siglos atrás, donde no existe la tecnología, solo la supervivencia y los roles más básicos de una sociedad premoderna. Entre todas estas facciones emergen figuras misteriosas, anomalías y sorpresas que expanden los límites de lo que puede esperarse en este tipo de ficciones.