viernes, 8 de marzo de 2024

I. Un pestañeo que encierra otro recuerdo.




Existencias Ajenas Vol.1

    Un joven se acercó a una soga colgada en su habitación mientras tres hombres conversaban en una cafetería, no había lazos entre ellos más que un suceso; el joven colgó la soga en su cuello mientras estaba parado en un taburete que lo separaba del suelo, y así, sin reflexiones recurrentes se lanzó a su encuentro con lo que vino, un pestañeo ajeno, el pestañeo de uno de los hombres que estaban sentados en una cafetería hablando al mismo tiempo, un hombre que se quedó callado mientras los dos hermanos que lo acompañaban seguían hablando.


    Samuel y Gabriel eran los nombres con los que llamaban a los hermanos gemelos que presenciaron un despertar sin saberlo, Ángel De la Hoz, el tercero, todavía recordaba su vida tan solo que a partir de ese momento ya nada igual sería, algo lo acompañaba, una sensación que se apoderó de cualquier venidera decisión, un nuevo brillo en los ojos que se traduce en un nuevo color, ojos grises que pretenden ante cualquiera mantener un color café, pero solo para el que no ve bien la verdad, la realidad que se encierra en un pestañeo, el siguiente despertar.






 "No, no importa lo que digas, pero yo daría lo que fuera por dejar todo atrás y empezar de nuevo, tal cual amnésico" (aseguraba Gabriel tras un sorbo de café, mirando de forma burlesca a su hermano Samuel).

"Como siempre, te la pasas buscando el camino fácil... (contestó fríamente Samuel dudando en realidad quién era el bufón al final)se te va el tiempo evadiendo..."

"Contigo cualquier respuesta resulta predecible siempre y cuando no implique un cambio, de seguro alguien como Ángel estará de acuerdo conmigo, ¿no es cierto?" (Gabriel giró su cabeza para corroborar su afirmación con las palabras de su amigo, quien se encontraba sentado a su lado callado, como no acostumbraba hacerlo, desde hace unos minutos)

"¡Vamos!, despierta."

    Ángel se volteó a mirarlo pues en verdad sí había despertado, pero tan solo sonrió por una ironía que tan solo él había captado, pues dejó en el anonimato la autoría de una burla a la más burda de las tonterías, en vez de decir algo sacó de su billetera la parte de la cuenta que le correspondía pagar y se fue tras un par de adioses; Samuel y Gabriel solo se quedaron callados viendo cómo se iba de la cafetería sin voltear jamás, como abandonándolos sin razón aparente, sin excusas furtivas inventadas a la par de un error descubierto.

“¿Y a este qué le pasa?, será hoy otro viernes negro, digo, él no es como tú que se ofende por cualquier tontería (Gabriel se reía ocultando lo extrañado que se puede estar tras tal situación) ojo, anótalo, no eres el centro del universo"

"De seguro se cansó de tus pendejadas, lástima que seamos de la misma sangre, y yo no pueda desligarme de ti con solo levantarme de una mesa" (Sin terminar de decir aquellas palabras sentado, Samuel se marchó imitando lo que parecía la mejor opción).

    Quieto y solo en la mesa, Gabriel terminaba su desayuno pretendiendo que nada había pasado, como si la importancia de lo sucedido en verdad tuviese irrelevancia. Bajando las escaleras que conducían al subterráneo más cercano, se encontraba Ángel De la Hoz, sumergido entre la gente caminaba rodeado por anuncios publicitarios con un torbellino de nuevos recuerdos en su cabeza; una soga que adornaba su cuello, un viejo amor y un primer beso, imágenes esparcidas sin empalmes que le den orden a un mosaico de pesadillas que alguna vez fueron realidad, una soslayada conciencia que en un mar de incongruencias buscó una salida a lo que al final de cuentas terminó por llevarlo a caminar de la misma manera por un distinto camino, un pasillo que lo llevaba a un vagón con caras conocidas, gente que quizás alguna vez formaron parte de sus otras vidas.


    Entretanto, la ansiedad lo entretenía viendo pasar rápidamente todo a través de las ventanas del vagón, imagen que se deslizaba como una bala en los rieles o como la lágrima que hacía lo mismo bajando su cara, una lágrima por el fracaso de querer escapar sin poder lograrlo, y así, de la nada, comenzó a reírse en carcajadas tras ver su reflejo en la ventana contigua, era un hombre pelirrojo de aspecto frágil y con un aire elegante, que se desdibujaba a la par de un recuerdo que se difuminaba en un instante, el recuerdo de un antiguo rostro, el de un adolescente desgarbado a quien de seguro le importaría el actual escenario, un hombre sentado en medio de extraños riéndose sin razón aparente, haciendo el ridículo como muy bien podría pensar un quién diría.

    La gente que hace tan solo un momento lo observaba sin disimular dejó de mirarlo, de la misma forma que con la que él se mantuvo en silencio sin vergüenza, solo que ya no había por qué reírse, más que continuar el camino hacia lo que desde hace diez años solía ser el hogar del dueño de sus nuevos recuerdos, y que ahora para el, seria el nuevo lugar donde descansaría. Llegó a la estación que se encontraba a tan solo tres cuadras de su nueva “casa”, atravesando la Avenida Trocha o lo que algunos llamaban el bulevar del "pronto infortunio", puesto que ahí solo descansaban vagos y maleantes de una calaña equilibrada, bueno, lo suficiente como para que por ahora no se arriesgase la vida en una caminata nocturna.

"¿Me regala una moneda para comprar una botella?" (le pidió un hombre mugriento que se encontraba tirado en el suelo justo a su lado).

"¿No te parece muy temprano para empezar a beber y demasiada desfachatez pedirme dinero para eso?, imagino que no, bueno, toma un par de monedas por la sinceridad" (Ángel le lanzó el dinero al suelo y siguió caminando, mientras se hablaba a sí mismo en voz alta) de seguro un poco de alcohol ayude más a la razón que comida a un estómago cansado de tener hambre".

      Cada paso resonaba más que el anterior en la acera mojada, ese era el único sonido que él pudo escuchar hasta oír el rechinar de la puerta de su apartamento, ni siquiera el llanto de un niño que se apreciaba cercano al entrar al edificio, ni el peculiar sonido que provocaba el ascensor, y mucho menos, la discusión que sobresalía de la puerta del vecino, solo silencio, la misma quietud que anticipaba siempre la llegada a un nuevo aposento, el miedo a comenzar de cero incluso pudiendo recordar cada detalle, fue lo que sintió al estar parado frente al umbral de la puerta, hasta romperlo con el sonido que siguió al de los zapatos chocando con el piso, el ladrido de un perro color dominó que lo esperaba adentro.


    Se abalanzó a su dueño dócil e inquieto hasta detenerse tras sentirlo ajeno, reconoció a Ángel como un extraño y mostró sus dientes pero a la vez era incapaz de atacarlo; inmutados estaban ambos ante aquel encuentro, en consecuencia, minutos pasaron antes de que Ángel se atreviera a verlo a los ojos, incluso cuando lo conocía gracias a sus recuerdos recién adquiridos, era esa la primera vez en que estuvieron frente a frente, ni siquiera intentó llamarlo por su nombre, ¿para qué balbucear “Picoro”? si ni siquiera el olor confundía, solo le quedaba esperar ser aceptado en su nuevo hogar. Un ladrido sin sonido a amenaza respondió a una triste mirada, respuesta que cedió el paso a Ángel para atravesar el umbral de la puerta.

    Un universo se abría ante sus pies, un nuevo aposento que iba a usurpar sin poder evitarlo, nuevas fotografías en donde la nostalgia, al ser experiencias que no vivió, no pudo ser congelada; cada paso sucedía con cautela gracias a que Picoro lo vigilaba muy de cerca, le había permitido entrar pues no pudo explicar cómo su dueño estaba frente a él con su aroma pero con un dejo diferente al final de cada olfateo, Ángel lo entendía y respetaba aquella decisión, pero igual, queriéndolo o no era él su nuevo viejo amo, por lo que llegó a la habitación para abalanzarse a la cama, y trató de dormir pero solo consiguió mantener los ojos cerrados un buen rato, el tiempo suficiente como para poder escuchar al perro dálmata llorar.

    El mutuo sufrimiento se extendía gracias a imágenes retro que deambulaban en ambas conciencias, pero en verdad, incluso cuando para Ángel no se trataba de un nuevo escenario, no fue solo monotonía adquirida, acostumbrarse a un nuevo olor no fue tan fácil inclusive cuando pareció tratarse de algo irrelevante. Tras un par de horas tomó el teléfono y marcó un número que ya debía olvidar, pero que igual, aún cuando no era la primera vez que debía hacerlo, difícil fue no sucumbir ante aquellos dígitos.


"¿Quién es?" (Contestó una voz de mujer adulta, tras lo que parecía el último repique).

    El silencio que ahogó una innecesaria conversación, fue el mismo que inundó la habitación toda la noche, el zumbido del silencio, aquel que nos empuja al ruido como quien salta de un edificio incluso siendo víctima del vértigo. Cerraba los ojos y podía ver el rostro de la voz de mujer adulta que escuchó por el teléfono, se llamaba Carmen la dueña de las lágrimas tras la ausencia del bien mal concebido en las entrañas, y es que, hace tan solo unas horas él solía ser Tomás, el hijo de Carmen, quien aún cuando hace diecisiete años fue violada por un mugriento ebrio que decidió que era el mejor momento para dejarla embarazada, lo conservó en su vientre, lo crió y lo amó como a nadie, cosa que a ella le hizo entender menos el porqué de su partida sin remedio. Pero en realidad, no tuvo nada que ver su “huida” con ella o con la secreta transgresión, solo fue un instante de cobardía clavado en el corazón de quien lo desconocía, como algo ajeno a lo que en verdad es, y que hiere pues terminaba siendo lo que más aterraba a quien buscaba entenderlo.

    Las horas pasaron y la noche continuó mientras Ángel se mantenía acostado boca arriba, trataba de no recordar entretenido con el sonido de sus tripas; tenía hambre pero le daba risa lo que le apetecía, ya no era un pan lo que le pedía su estómago sino tan solo un vaso de leche, por lo cual comenzó a llorar en medio de carcajadas como un desquiciado, sin que Picoro, que lo observaba desde un rincón pudiera acompañarlo.


    En su rostro se deslizaba agua que embriagaba sus labios, pues en ella se degustaba el néctar del licor, un líquido que dejó de ser incoloro para volverse rojizo a la par de un abrir de ojos, que le permitió verse frente a un cuarteado espejo dividido en infinitas partes, en cada una, una cara distinta empapada con gotas rojas; mujeres, hombres, ancianos y niños se regodeaban al ser reflejos de un ser maldito, maldito porque lloraba al verlos imitar sus movimientos, maldito por sufrir y disfrutarlo al mismo tiempo. Comenzó a cantar coplas en diferentes idiomas, mientras su cuerpo se caía en pedazos sin sangrar, e igual, lo hacían de la misma forma cada reflejo en medio de carcajadas; al fin vueltos andrajos de carne, se conjugaron en un coro de distintas voces, que le repetían una y otra vez: “En la senda del nunca acabar, gira la promesa que creíste no te iba a alcanzar”.

    Ángel abrió los ojos al percatarse de que había caído víctima del sueño, para así encontrarse no frente a un espejo sino sentado al pie de su cama empapado en sudor, con las manos posadas en su rostro atormentado. Se levantó cuando todavía era de noche y al día solo le faltaban minutos para terminar, para dirigirse al baño, lugar donde se encontraba un real espejo en el cual se observó un buen tiempo, estudió cada gesto, cada minúscula contracción, se concentró en recordar a quién le debía la pequeña cicatriz en su ceja izquierda, el color café que escondía el grisáceo de su mirada, y su cabello lacio y rojo. Poco a poco, imágenes en secuencia dibujaban las respuestas: Gabriel, su abuelo, y su madre respectivamente, eran los culpables de esos rasgos que conformaban, junto a muchos más, la nueva fachada todavía por aceptar.


    Se acercó a Picoro tras comprobar que no estaba dormido, acarició su moteado lomo un buen tiempo hasta que decidió sentarse en el piso, para ser olfateado de nuevo. Sentir aspirar a aquel perro lo inundó de un extraño sentimiento, extraño porque él no pudo entenderlo, solo se limitó a mantenerlo, al no alejarse de aquel aliento animal hasta que sintió el olor de la aceptación. Al fin, libre de ladridos amenazantes, se sentía en casa, puesto que ninguna persona o identificación podía otorgarle pertenencia hacia el nombre Ángel De La Hoz, como sí podía hacerlo la mirada de quien no puede ser engañado con palabras o con hechos, pues ¿cómo hacerlo?, cuando el aroma era sincero.


Continuará
Existencias Ajenas Vol.I